El crítico y teórico literario estadounidense fue el
creador del llamado 'canon occidental' de la literatura.
Harold Bloom, en Barcelona en 2002. DOMENEC UMBERT
Harold Bloom, las puertas del paraíso y los
españoles Vitalista, sensible, ligeramente anacrónico, guasón,
conservador en cierto sentido e insólitamente famoso. Harold Bloom, el
crítico literario más importante de su tiempo, ha muerto a los 89 años en New
Haven, la ciudad en la que dio clases de Humanidades como profesor de Yale
El género de las listas de "lo más" todavía era
nuevo y divertido en esa época y la lista de 26 de Bloom se consumió como
Coca-cola. Después, Bloom puso distancia con aquella lista, dijo que puso
lo que se le ocurrió y que fue su editor el que le presionó para que se
metiera en aquel lío. Dio igual.
Recordemos un poco: en aquel canon aparecían tres
escritores en español (Cervantes, Borges y Neruda), cuatro mujeres y un
par de redescubrimientos que el tiempo ha confirmado: Montaigne, Samuel
Johnson... Aparecía Freud por delante de Kafka y Tolstoi era el único ruso de
la selección. Ni Dostoievski, ni Chejov ni Bulgakov...
EL PRIMERO DEL CANON
Pero lo importante era Shakespeare, el primero del
canon. Shakespeare fue la gran obra de Bloom, el personaje en el que volcó lo
mejor de sí mismo. Shakespeare, la invención de lo humano (Anagrama),
su libro sobre el autor de El rey Lear es recordado por su tesis un poco
grandilocuente (básicamente: Shakespeare cambió la idea del hombre y, a partir
de ahí, cambió la literatura), pero su verdadero valor estaba en los
detalles. En la manera en que Bloom se fijaba en los personajes de dos o tres
frases, la manera en que descubría en ellos algo conmovedor y esencial, ligado
a otros personajes, y a otros símbolos del pasado y del futuro.
Ése es el Bloom sensible y vitalista que abría estas
líneas, el autor que con más dulzura podemos recordar hoy. También estaba el
Bloom guasón que se expresaba en la distancia irónica sobre su
material de trabajo: Bloom relativizaba la creatividad, decía que todo hallazgo
era una variación sobre un tema ya conocido y desdeñaba a aquellos que buscaban
justicia en la literatura. "Las escuelas del resentimiento", era
su manera de referirse a los académicos feministas, estructuralistas o
marxistas de su generación. Lo suyo era la belleza y la agudeza de la mirada.
ANACRONISMOS
Y en eso consistía también el anacronismo de Harold
Bloom. Nadie aceptaría hoy definir un canon de los 26 escritores a los que hay
que leer, ¿para qué? Y si lo hiciera, nadie lo haría en función de criterios
tan 'incorrectos' en nuestro tiempo como el deleite. Las escuelas del
resentimiento no han vuelto pero su espíritu está muy vigente en 2019 y el
espíritu conformista de los años 90 nos queda muy lejos. Pero eso no significa
que Bloom no tuviera razón.
A su favor habrá que tener en cuenta una carrera
mucho más prolífica que la caricatura del canon. Bloom, que venía de una familia
pobre de inmigrantes judíos ucranianos en la que el inglés no se utilizaba en
casa, escribió miles de artículos, incluidos los 500 prefacios de introducción
a los tomos de la Biblioteca de Chelsea.
El Mundo
16 de Octubre del 2019
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