El populismo es el uso
demagógico de la democracia para acabar con ella. Enrique Krauze (1947- ),
ingeniero, historiador y escritor mexicano. Ha escrito más de 20 libros y
producido más de 300 documentales de televisión sobre la historia política de
México y Latinoamérica.
Cuando vi al esquiador venezolano
Adrián Solano con su gran sonrisa decir, “nunca he visto la nieve, pero voy a
dar lo mejor de mí mismo” y después llegó de último en el Mundial de Esquí en
Finlandia, inmediatamente vino a mi memoria la imagen de aquel comandante
apenas alfabeto decir: “Lamentablemente no se han logrado los objetivos que nos
planteamos para tomar el poder por ahora”, después de alzarse contra un
presidente constitucional, sin tener idea de cómo gobernar un país ni ser
electo democráticamente.
Chávez es el padre de estos
Solano, de estos “hombres nuevos” de la revolución que desprecian la academia,
el conocimiento, la disciplina, la jerarquía, la meritocracia y que creen que
tienen derecho a todo con solo desearlo, porque “lo merecen”. Inmunes al
ridículo, resistentes a la educación, sospechosos en sus actuaciones, atrevidos
en su improvisación, carentes de currículo. Pero dispuestos a todo “por la
patria” que les legó su prócer, el comandante eterno. Las consecuencias de este
síndrome “Chavesolano” son cataclísmicas.
El mismo comandante de quien
Arturo Uslar Pietri afirmó que tenía una “ignorancia osada”. El mismo que con
un pito acabó con la meritocracia de PDVSA y con el mayor capital humano del
país. El mismo que vació las arcas más llenas que haya tenido Venezuela para
repartir su chavismo en el mundo. El mismo que expropió la empresa privada
venezolana para exterminar la producción nacional.
El mismo que sacó a los
militares de los cuarteles y les entregó cajas de billetes para que asaltaran
el país con el plan Bolívar 2000 y con todos los negocios que hoy hace que los
verdes sean la clase multimillonaria, en lugar de quienes trabajan y producen.
El mismo que vendió el país a Cuba y a tiranías forajidas a cambio de un lugar
en ese mundo
porque en el de los países desarrollados, con
tradición, ciencia y humanismo, no podía entrar.
Después de acabar con cualquier
expectativa de progreso y futuro en Venezuela, Dios tuvo piedad de nosotros y
se lo llevó a donde debe estar ahora. Pero en herencia, el jinete del
Apocalipsis nos dejó su montura. El heredero ha cosechado en tres años las
tempestades que su mentor sembró. Los números del país entre 2013 y 2016 son
producto de un pésimo gobierno, donde la improvisación e ineptitud rayan en la
maldad.
Arrellanado cual Pantagruel
criollo, desde Miraflores dirige obuses de inquina, resentimiento, ignorancia,
burla y desatino sobre un país cuya economía ya está indefensa, cuyos
habitantes mueren literalmente de hambre, cuyas instituciones se resquebrajan
ante la bota de un régimen ya abiertamente militar que no quiere dejar ni un
resquicio de libertad para que los venezolanos resuellen.
Un país donde el Presidente y
su esposa se hacen los locos ante un caso que coloca a su familia en el cuadro
del narcotráfico mundial; el Vicepresidente es acusado de narcotráfico,
terrorismo y lavado de dólares mediante un reconocido testaferro, por una
investigación federal de Estados Unidos; miembros de la cúpula militar, algunos
de ellos ministros y diputados, están en la lista Clinton, de colaboradores con
el narcotráfico; el presidente del TSJ tiene prontuario, fue expulsado de un
juzgado, es sospechoso de extorsión y de pertenecer a una banda judicial. Todos
los cargos de poderes que deben ser autónomos están comprados por la revolución
y pagados con el dinero de los venezolanos que esos poderes agreden con
acciones como suspender un revocatorio a todas luces indispensable para salir
de esa tragedia histórica que se sienta en Miraflores o con decisiones como la
de los vergonzosos magistrados del PSUV que anulan con sentencias al único
poder que con votos representa a la mayoría.
Mientras el Presidente hace un
chiste macabro con la mortalidad de la yuca amarga, todas las semanas
venezolanos hambrientos mueren por comerla. Duele el alma ver la escena ya
diaria de hombres, mujeres y niños comiendo de bolsas de basura. Inalcanzables
los precios hasta para la extinta clase media, que ni con aumentos sucesivos de
sueldos y cestas tickets (una muestra más de la ignorancia supina que gobierna)
pueden alcanzar la inflación. Todos los días las redes reportan y vemos en las
farmacias y hospitales el peregrinar de enfermos y sus familiares buscando esa
medicina que aliviará un dolor o que salvará una vida.
De espaldas a los bebés que
mueren de desnutrición o las madres que fallecen por carencias de insumos
hospitalarios, el gobierno sigue en su rumba. Carnavales con artistas
extranjeros pagados en dólares. Las tripas de los asistentes son los tambores
de la conga. Porque ellos saben que les dan circo para tapar el gigantesco robo
y fracaso de los CLAP. Solo en Venezuela se ve a un gobierno haciendo ricos a
unos cuantos aunque mate de hambre a un país.
Y el hambre ha sido el
detonante de este “hombre nuevo”, ese que busca el dinero y la fama a costa de
aberraciones éticas. “¿Para qué van a estudiar mis hijos si eso no sirve en
este país?”, me dijo un padre que tiene a sus tres hijos fuera del sistema
escolar. “Que aprendan a resolverse en la calle, pa que hagan plata”. El
ejemplo lo ven en los barrios: personas que no tenían ni para zapatos, aparecen
montadas en camionetas después de unirse a la revolución, tomar un carguito o
formar parte de un consejo comunal. El hombre nuevo, también es la mujer nueva:
la que sale preñada de 13 años, porque hay mucho hombre, poca moral y ningún
anticonceptivo en el mercado. La que roba o vende su cuerpo para ponerse
“tunning” para tener buena vida con un revolucionario “porque a ésos lo que les
gusta es una carajita”.
Las universidades no tienen
presupuesto, pero las Fuerzas Armadas sí. No hay puestos de trabajo porque cada
vez hay menos nóminas. La inseguridad ya no es solo de los delincuentes, sino
del martillo: trabajadores bancarios que cobran su “cafecito” para cambiarte un
cheque, los empleados de oficinas públicas que cobran peaje por cualquier
gestión.
Con razón los estudios señalan
que el 21% de los venezolanos está en estos momentos haciendo trámites para
emigrar, pero que en realidad el 50% quiere irse. Porque de un país donde el
síndrome “Chavesolano” ha sustituido a la preparación, el estudio, la
educación, la disciplina, la honestidad, el respeto, la moral, hay que
largarse. Pero fuera o dentro de Venezuela, el 100% de los venezolanos estamos
obligados, por la incuestionable catástrofe de los números del país, a cancelar
la revolución, sustituir sus “hombres nuevos” y comenzar a estudiar la nieve
para ver si algún día regresamos honorablemente a las olimpiadas mundiales del
desarrollo.
Charito Rojas
1 Marzo, 2017
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