Desde que se detectó en la ciudad china de Wuhan estaba
claro que la epidemia de coronavirus tendría consecuencias económicas y
políticas aunque no se podía prever la magnitud. Nunca es posible predecir con
exactitud el curso de los acontecimientos humanos, pero sí se pueden
identificar actitudes que suelen repetirse en la historia. Por ello se pueden
predecir con seguridad dos cosas: el mundo no se va a acabar y la política no
se va a parar.
La política no descansa, ni siquiera en medio de una
pandemia. Se supone que ante una enfermedad potencialmente mortal las
prioridades de los aún vivos deberían cambiar. Sin salud las disputas por poder
o ideologías no valen nada. Se supone, pero no es así.
De China a Estados Unidos pasando por Europa esta crisis
no ha detenido las diatribas políticas. Se sospecha, con bastante fundamento,
que el gobierno del gigante asiático (donde se detectó en un principio la
enfermedad del coronavirus) ocultó información de lo que ocurría y no ha
aportado las cifras reales de afectados y fallecidos. Li Wenliang, uno de los
primeros médicos en advertir del brote en diciembre, fue silenciado por la
policía de ese país, lo que desató una ola de críticas en las redes sociales e
indignación en la propia China.
No obstante, los gobernantes chinos van a presentar la
actual disminución en el número de nuevos contagios y la posible superación de
la epidemia como un triunfo de su sistema político.
Al otro lado del mundo el exprimer ministro de Italia,
Matteo Renzi, advierte que ante el coronavirus su país perdió tiempo y eso “fue
un error”.
En España un sector de la izquierda afín a Podemos se ha
hecho eco de una nota de El País donde se afirma que la extensión de la
epidemia ha desbordado el sistema de salud pública de la Comunidad de Madrid,
consecuencia a su vez de las políticas de “recortes, externalizaciones y
expansión de la sanidad privada” que los sucesivos gobiernos del Partido
Popular (PP) han aplicado en esa comunidad autónoma. Eso pese a que las cifras
indican otra cosa.
Ayer en su programa de radio el periodista Federico
Jiménez Losantos acusaba al gobierno de la Generalitat de Cataluña de ocultar
información sobre el número de contagiados. Y no ha faltado quien señale a la
vocera del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, y al líder de Vox, Santiago Abascal,
por intentar sacar rédito político de esta crisis.
Más al norte, la canciller alemana Angela Merkel y el
presidente francés Emmanuel Macron parece que van saliendo airosos en las
primeras de cambio.
Pero al otro lado del Atlántico los críticos de Donald
Trump no se han ahorrado cuestionamientos a su draconiana medida de cerrar los
vuelos comerciales de pasajeros entre Europa y Estados Unidos, empezando por el
precandidato y exvicepresidente demócrata Joe Biden, quien en precampaña y
desde su cuenta de Twitter no le ha dado tregua.
Por su parte, desde la Unión Europea se ha criticado el
tono unilateral y nacionalista con que el presidente norteamericano ha expuesto
el tema.
En México el presidente Andrés Manuel López Obrador ha
minimizado la situación afirmando que: “Hay quien dice que por lo del
coronavirus no hay que abrazarse. Pero hay que abrazarse, no pasa nada”. Más
armas para su oposición.
Su actitud no es muy distinta a la que hasta hace muy
poco tuvieron sus colegas Jair Bolsonaro, quien llegó a decir que la epidemia
“es una fantasía creada por los medios”, y el propio Trump, que hace unos días
acusó a los demócratas de fomentar la alarma.
Como vemos la lucha por el poder no se puede detener
nunca, ni aun en las peores circunstancias. Esto no para nada nuevo en la
historia.
La Peste Negra que entre 1346 y 1348 mató a la tercera
parte de la población europea de la época (25 millones) sólo detuvo brevemente
la Guerra de los Cien Años entre ingleses y franceses. Ésta continuó hasta
1453.
La viruela que diezmó a las poblaciones de los imperios
mexica e inca a principios del siglo XVI no contuvo la Conquista española de
América. Por el contrario, la facilitó.
Y la pandemia de gripe de 1918, mal llamada gripe
española, no paró la Primera Guerra Mundial, aunque según las cifras más
conservadoras mató a 40 millones de personas, más del doble de las bajas
civiles y militares que dejó el conflicto.
Aunque no es posible predecir el curso de los
acontecimientos humanos, sin embargo sí se pueden identificar tendencias que
suelen repetirse en la historia. Una crisis de las características de la que
estamos siendo testigos tiene siempre consecuencias económicas y estas a su vez
políticas.
Desde el inicio de la pandemia de coronavirus en la
ciudad de Wuhan estaba claro que tendría un impacto económico global. Lo que no
se podía pronosticar era la magnitud.
Según la canciller Angela Markel entre el 60 y el 70% de
los 83 millones de alemanes podrían contraer el virus en las próximas semanas.
El contralmirante Brian Monahan, médico asistente del Congreso de los Estados
Unidos, estima que entre 70 millones y 150 millones de personas contraerán el
coronavirus en ese país.
Aunque no es posible predecir el curso de los
acontecimientos humanos, sin embargo sí se pueden identificar tendencias que
suelen repetirse en la historia. Una crisis de las características de la que
estamos siendo testigos tiene siempre consecuencias económicas y estas a su vez
políticas.
Expertos advierten que la cuarentena que mantiene a
Italia aislada del resto del mundo ocurrirá en el resto de Europa en menos de
tres semanas.
Afortunadamente la humanidad ha progresado y se puede
pronosticar con seguridad que esta crisis global será superada. Contrario a lo
que afirma Martín Caparrós en su columna de esta semana en The New York Times
la globalización no nos ha hecho a todos vulnerables. Los humanos lo hemos sido
desde hace milenios. Lo que sí es cierto es que una pandemia como la Peste
Negra que tardó tres años en difundirse ahora lo puede hacer en cuestión de
semanas porque la humanidad está más interconectada que nunca. Pero esa misma
aldea global que vaticinó Marshall McLuhan hace cinco décadas tiene hoy más
recursos para enfrentar este tipo de crisis gracias al desarrollo de la ciencia
y a la difusión masiva del conocimiento que ha permitido la tan criticada
globalización.
Por tanto, es poco probable que el mundo se acabe en esta
ocasión. Sin embargo, la consecuencia inmediata ya la estamos viendo: un
frenazo a la economía mundial.
A su vez, esto puede tener una consecuencia política que
ya se atisba en el horizonte: la elección presidencial en los Estados Unidos en
noviembre de este año. Con todas las bolsas de valores con caídas récord,
Donald Trump puede tener justo en su cuarto año de administración una recesión
económica. Es lo que menos quiere porque con eso perdería su principal
argumento para reelegirse. De modo que una reelección que apenas en enero se
veía asegurada ahora ya no lo es tanto. Pero esa es una historia a la que
todavía le faltan muchos capítulos.
Lo que sí es más seguro es que la consiguiente drástica
caída de los precios mundiales del petróleo va a sacudir en los próximos meses
los cimientos de los gobiernos con economías mucho más vulnerables: Rusia, Argentina,
Irán y Venezuela.
Pero a más largo plazo también se va a dar un debate
entre cuáles son los mejores modelos políticos para enfrentar este tipo de
crisis: ¿La autoritaria China o el democrático Occidente? ¿Hace falta más o
menos Estado?
Como vemos la política es parte de la naturaleza humana y
siempre nos acompañará. En la salud y en la enfermedad.
AlNavio
Digalo Ahí Digital
21 de marzo 2020
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