¿Está preparada la república para afrontar la virulencia
del Covid-19?
El Covid-19 (acrónimo del idioma inglés Corona
virus disease 2019) toca nuestras fronteras cuando la economía, la salud, la
educación y el bienestar de la República languidecen en lo más profundo de la
historia reciente. No es un acontecer reciente ni de nuevo puño, es el
resultado de políticas desacertadas en los renglones mencionados que se
arrastran desde varios lustros, acentuadas estrepitosamente en la
presente década del siglo XXI.
El Covid-19 tocó e ingresó nuestras fronteras con
virulencia suficiente para expandirse territorialmente, si no se implementan las
medidas sanitarias y de orden público que corresponden a situaciones de
emergencia como la presente. Las medidas para que protejan a nuestras familias
y a la población, deben asumirse con plenitud y sin circunloquios. Requieren de
una conciencia clara para aceptarlas e implementarlas en los términos que los
organismos de salud internacional, nacional y regional recomiendan. De allí la
perentoriedad de internalizar el concepto de cuarentena y aislamiento en los
casos de contagio o enfermedad.
El tiempo presente que vive la humanidad, donde cerca de
un centenar de países están amenazados de la pandemia, llama a la cooperación
sin distingos de colores ni de credos políticos o religiosos. Esta es la hora
de conjugar esfuerzos y voluntades para alcanzar la plena seguridad e
integridad de la población. En esa dirección, pareciera que a nivel regional,
esa conjunción de esfuerzos y recursos se está logrando, cuando de manera
coordinada, los organismos nacionales y regionales han promovido y apoyado las
medidas que las circunstancias lo demandan.
Pero los tiempos actuales que la república presenta no
son los más favorables para contrarrestar la fuerza patógena del Covid-19.
Nuestros hospitales públicos no tienen lo elemental para atender una eventual
magnitud de la pandemia. No la tienen porque los hospitales han sufrido el
empate de la desatención en el otorgamiento regular y recurrente de los insumos
y medicamentos, amén del mantenimiento de los equipos y estructura física. El
deterioro de nuestros hospitales públicos es una realidad inexorable. La
vivimos a diario los médicos que prestamos servicio en las instituciones
públicas de salud. A todo lo anterior se añade la fuga de médicos y personal de
enfermería que ha golpeado inclementemente nuestro sistema hospitalario
nacional, otrora tal vez, el mejor de la América Latina. ¿Amanecerá y veremos!.
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