En momentos de “reflujo político” o “incertidumbre” como
el que vivimos en la oposición, es útil reflexionar sobre algunos temas,
políticos, pero que tocan elementos éticos y organizativos más amplios; sobre
todo después del episodio de la designación del Comité de Postulaciones del
CNE, que comente en mi artículo anterior, y ante la perspectiva de la
continuación del proceso de designación de rectores del organismo, si es que
llegare a efectuarse por la Asamblea Nacional, como todos deseamos. La
situación allí planteada nos deja ver una falta de actualización y
modernización de nuestro estamento político
partidista, que puede llegar a ser
preocupante.
Da la impresión de que algunos, o muchos, entienden que
hacer política, en Venezuela, se reduce a la participación en procesos
electorales. Pero otros creemos, al igual que los antiguos griegos, que la
política está en el origen de la sociedad humana, en la propia naturaleza del
hombre, que como ser naturalmente sociable, no puede pretender a la felicidad
hallándose aislado.
La política es la actividad del ciudadano, y para los
griegos, desde antes de Cristo, el ejercicio del poder era algo reservado a los
más rectos y de conducta más irreprochable. Mucha tinta se ha vertido sobre el
tema, pero hacer política sigue siendo plantearse el tema del poder y como
conquistarlo... incluso, mediante la vía electoral. Y para emprender esa vía
son necesarios, sin duda alguna, líderes y partidos, tema del que me ocuparé
hoy.
Hace algún tiempo ya, en los artículos que entrego
semanalmente, me pronuncié por la necesidad de construir para Venezuela
organizaciones políticas modernas, populares, policlasistas y que se planteen
claramente la toma del poder sobre la base de un programa explícito, y un
compromiso personal y colectivo con ese programa. Un programa mínimo de
postulados éticos y que deben estar presentes en cualquier organización
política en las que estemos dispuestos a participar; por ejemplo, la
transparencia en el actuar y en las funciones de gestión pública; la correcta
separación entre los legítimos fines privados del político, los fines del
partido y los fines del Estado; la conciencia, en el político, de que su
función pública, es una función educativa.
Establecidos estos puntos —éticos— fundamentales, es
válido que nos plateemos otros problemas: ¿Cómo hacemos para que nuestro
mensaje le llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el
pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista
que queremos para el país, es lo mejor para él, y no solo para nosotros? Ese es
nuestro verdadero reto. En los programas definidos y dados a conocer por la
oposición y sus candidatos, al menos sus aspiraciones globales están claras,
definidas. El problema ahora es como hacemos que llegue a todos los
venezolanos, y como lo convertimos en postulados compartidos con compromiso y
en ideales de lucha común. Y para eso son imprescindibles los partidos.
Pero no pensemos que las únicas formas de organizarse
políticamente son las que hemos conocido hasta ahora, basadas en los grandes
partidos policlasistas y de masas, organizados bajo el centralismo democrático,
y bajo la concepción de “correas de transmisión”, expresiones organizativas de
una conciencia y una ideología elaboradas por “intelectuales” alienados –como
diría un leninista– o “cuadros de vanguardia”, y que nos pueden conducir
a un nuevo fracaso. No aceptemos fácilmente el chantaje de la “coordinación”;
seamos consecuentes con otros principios en los que también creemos, como por
ejemplo, el de la libre competencia. Que surjan todas las iniciativas posibles,
que –tomando en cuenta los principios enumerados– se organicen de la forma en
que puedan y quieran, que utilicen las formas modernas, cibernéticas, redes
sociales, de comunicación, que se lancen a la lucha política y a la captación
de adeptos y voluntades, y que triunfe el que mejor sea capaz de expresar los
interés e ideales de los grupos sociales a los que aspire representar.
Esta es una invitación a organizarse; desde ahora, sin
esperar más, con la clara conciencia y el objetivo político a largo plazo de
llegar al poder, pero con la precaución de no sucumbir al inmediatismo y creer
que la única forma posible de organizarse políticamente es la que ya hemos
conocido.
Esto implica una organización diferente a la de partidos
de masas, policlasistas, como ahora los conocemos, y con los que contamos;
aunque tampoco significa que nos planteemos una organización parecida a los
"partidos de cuadros", siguiendo la jerga leninista; o un partido de
corte militar, como los que intentaron formar en el país hace algunos años y
que no cuajaron o se han convertido en maquinarias de represión e intimidación.
Un ejemplo, que ya he esbozado anteriormente, de lo que
podría ser una moderna organización política, más acorde con "los signos
de los tiempos", es la adoptada por los partidos modernos en muchos
países: un núcleo central de políticos profesionales, y una amplia periferia,
que se activa y desactiva de acuerdo con circunstancias específicas. Así
funcionan ahora algunas empresas y si este esquema funciona para el mundo de
los negocios, ¿Por qué no habría de hacerlo para el de la política?
Ismael Perez Vigil
No hay comentarios:
Publicar un comentario