El nudo gordiano que no logra resolver el campo
democrático en Venezuela es el enigma militar. Entre la Venezuela civil y la
militar ha habido un abismo histórico que el chavismo ha usado (y usa) a su
favor. Mientras la Fuerza Armada no le retire el apoyo a Maduro no hay
transición en Venezuela y no lo hará mientras no vea una alternativa clara.
El pasado sábado Nicolás Maduro afirmó haber juramentado
a 3.300.000 milicianos. “Hemos sobrecumplido la meta (afirmó), tenemos
3.300.000 hombres y mujeres organizados y dispuestos para la defensa y la paz
de Venezuela”.
Agregó además que la Asamblea Nacional Constituyente
(ANC) reformaría la ley de la Fuerza Armada Nacional (FAN) a fin de incorporar
a la Milicia Bolivariana como cuerpo combatiente de la misma. Es decir, como el
quinto componente militar.
Instituir un cuerpo armado compuesto por militantes del
partido oficial, y directamente leales al ocupante del Palacio presidencial de
Miraflores, es uno de esos proyectos iniciados por el antecesor de Maduro en el
cargo y que este se ha empeñado en ampliar a todo trance.
Con los militares profesionales comprometidos como nunca
antes en respaldar a su régimen, con oficiales controlando áreas clave de la
economía como por ejemplo lo que queda la estatal petrolera PDVSA, o con su
propia empresa minera, Camimpeg, parecería que Maduro puede tener segura la
lealtad de la corporación armada y si no de todos sus miembros al menos sí de
la mayoría
Puede que como en otros tantos asuntos Maduro esté
exagerando en el número de milicianos (por años lo ha hecho descaradamente con
las cifras de la Misión Vivienda), y también parece evidente que esos
milicianos en su abrumadora mayoría no tienen ni la condición física, ni la
preparación profesional para reemplazar al Ejército o la Guardia Nacional de
Venezuela. Pero su sola presencia la usa Maduro como una disuasión ante
cualquier intento de insubordinación desde la FAN. Uno de los temores
tradicionales de los altos mandos militares venezolanos es la guerra civil o
tener que imponerse por medio de una represión sangrienta. En ese sentido los
milicianos son la carne de cañón que Maduro ofrece sacrificar en el altar de su
propio poder.
Entre Maduro y los militares profesionales hay una
situación de desconfianza mutua. El primero sabe que el descontento
generalizado que hay con su régimen y contra su persona en la sociedad
venezolana hace rato entró a los cuarteles. Por su parte los oficiales también
desconfían de Maduro. Debe ser así entre los mandos de mayor jerarquía; después
de todo se deben mirar en el espejo de otros jerarcas civiles y militares del
chavismo que hoy son perseguidos por el mismo régimen al que sirvieron.
De modo que aquí cabe una pregunta: Si esto es así, ¿por
qué los militares siguen respaldando a Maduro?
Hay varias respuestas, pero una en particular luce como
la más relevante de todas, esos mismos militares desconfían más de los
dirigentes de la oposición venezolana que de Maduro. Prefieren el mal conocido
que el mal por conocer. Entre un bando y otro escogen jugar (pese a todos los
pesares) con el chavismo. Después de todo, este ha tenido una política hacia
ellos que no ha tenido el campo democrático venezolano.
Esto no es un hecho nuevo. Tiene una historia tan larga
como la existencia misma del país. Para resumir, digamos que de 1830 a esta
parte sólo dos políticos civiles se ganaron el respeto, e incluso el liderazgo,
dentro de la institución militar, los expresidentes Rómulo Betancourt y Rafael
Caldera.
Para casi todos los demás el mundo militar fue algo ajeno
y extraño del que se conocía poco o incluso se despreciaba. Así por ejemplo, el
expresidente Carlos Andrés Pérez creyó que la lealtad militar a su persona
estaba asegurada porque los golpes y conspiraciones eran cosas del pasado en la
Venezuela de fines del siglo XX. Ese fue un grave error que se manifestó en
toda su magnitud el 4 de febrero de 1992 con el fracasado intento de golpe
militar con que se dio a conocer Hugo Chávez.
Una década después ese abismo entre políticos y militares
explicó el intento fallido por desplazar a su vez a Chávez del poder el 12 de
abril de 2002.
Desde entonces el chavismo, con todas las ventajas que le
ha dado (obviamente) el poder, se ha dedicado a cultivar la lealtad de los
oficiales repartiéndoles privilegios, ventajas, cargos y oportunidades de
negocios. Pero además, ha tenido una política hacia ellos, esa que se denominó
como la unidad cívico-militar. La misma, sin embargo, no ha logrado zanjar la
desconfianza entre el grupo proveniente de la ultraizquierda que llegó con
Maduro al Palacio de Miraflores y los compañeros de armas de Chávez. Las
consecuencias desastrosas que para Venezuela ha tenido el paso del heredero por
el poder son evidentes para los militares. Pero ante las alternativas
planteadas prefieren el statu quo.
Del lado opositor no ha habido una política, como la que
sí tuvieron en su momento los presidentes Rómulo Betancourt y Rafael Caldera (o
en Chile el expresidente Patricio Aylwin) hacia el mundo militar, sino por el
contrario, mensajes contradictorios y estrategias inconstantes. Nada que salve
la mutua desconfianza.
El descontento militar contra Maduro existe, él lo sabe.
Por eso su empeño en incrementar y armar a la Milicia. Por eso su servicio de
contrainteligencia militar no baja la guardia. Pero la oposición no ha sido
capaz de capitalizarlo. Ese no es un error en el que esté sola. También ha sido
el error a lo largo de este año de la comunidad democrática internacional que
ha respaldado a la Asamblea Nacional (AN) y en particular de la Administración
Trump.
Al Navío
Digalo ahi digital
24 de Diciembre del 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario