El año 1988 tuvo lugar el referéndum para que los chilenos se
pronunciaran sobre el destino del régimen político instaurado por Pinochet.
Aquella campaña electoral fue un laboratorio de nuevas ideas y concepciones de
la comunicación política.
El debate, sobre cómo debía enfocarse esa campaña, enfrento dos
corrientes. Por un lado, la de los dirigentes tradicionales de las
organizaciones que habían vivido la dictadura (socialistas, comunistas,
democratacristianos) Todos con el pedigrí suficiente y la autoridad moral y
política para hacer oír su voz y, por el otro, una camada de chamos nacidos o
educados en el exilio de sus padres en las mejores universidades
norteamericanas y europeas.
Estos últimos, terminaron imponiendo su posición sobre la manera de
abordar el desafío electoral. Todo esto esta recogido en una película que
ningún dirigente político puede dejar de ver, titulada “NO” y a la cual remito
para no tener que explicar los detalles de esa confrontación de ideas tan
interesante.
Basta con señalar aquí que la consigna que presidio la campaña que llevo
a la victoria por más de 10 puntos al NO, fue “CHILE, LA ALEGRIA YA VIENE”,
cuyo jingle y canción completa invito igualmente a escuchar. Su imagen fue un
arcoíris con los colores de todos los partidos de que la apoyaban.
La tesis de presentar las atrocidades de la dictadura con su secuela de
desmanes, crímenes y violaciones de los derechos humanos, que era la manera
como se había concebido por años la estrategia política de la oposición, fue
desechada. La alegría, se suponía que implicaba muchas cosas para el cambio en
Chile, entre ellas, la justicia y que no hubiera impunidad. Fueron magistrales
en comunicar esa idea.
¿Por qué es útil tratar este tema hoy en Venezuela?
Pues porque siempre es necesario recordar que una de las funciones de la
política es vender esperanzas, convencer de que siempre se puede vivir mejor y
sobre todo de que vale la pena luchar para eso. Por eso, matar la esperanza y
provocar las condiciones para la desesperanza inducida, el síndrome de
Estocolmo y la desmoralización son armas tan usadas por los regímenes que
quieren bloquear los cambios.
Una de las celadas que suelen tender es la de magnificar su crueldad.
Recordemos como nos trasmitieron en vivo y directo la muerte de Oscar Pérez,
las imágenes de Requesens detenido. Comunicar la idea de que son malos, que
contra ellos no podemos hace nada y después lograr que nosotros mismos
reproduzcamos su maldad, es una de librito de todas las policías políticas del
mundo desde la Gestapo al G2.
Por eso, cuando se está en un ambiente tan feo, es bueno saber cómo
hacemos para no embarrarnos de todo lo sucio que nos rodea. Habría que ver como
desciframos el misterio de las garzas blancas que no manchan sus plumas con el
barro del estero o imitar la sabiduría del del médico que no deja contaminarse
del mal de su paciente pues entonces no podría curarlo.
Hay un ejemplo maravilloso de como sortear lo feo y producir sensaciones
que queremos comunicar positivamente. Ese ejemplo es Tosca, quizás la más
conocida ópera de Puccini. Se trata de un verdadero Thriller, muestra la
corrupción, la tortura, la traición política en la época de la invasión
napoleónica a Italia. Me imagino que Puccini sabía que esta tragedia sería
imposible de vender como la historia desagradable que era. ¿Qué hizo? Pues le
compuso dos de las más bellas y melodiosas arias que tenga opera alguna: E
lucevan le estelle y Recóndita armonía. Al escucharlas es evidente, que lo escabroso
pasa a un segundo plano.
O el de dos renombrados científicos Francis Crick, James Watson y
Maurice Wilkins quienes descubrieron el ADN y por ello se hicieron acreedores
al Premio Nobel. Preguntados por un periodista sobre el por qué habían representado
su estructura con la forma y colores con las que la hicieron, respondieron
“porque era más bonito así”.
Pues si, llegado un momento, la alegría, la belleza, la esperanza,
pueden llegar a ser ideas subversivas, pueden convertirse en un eje movilizador.
La mente humana está preparada para ello. De hecho existe un mecanismo que
opera como una suerte de “Tamiz Hedónico” mediante el cual tendemos a olvidar
los sucesos desagradables en favor de los agradables.
Es de preocuparse entonces cuando constatamos como el régimen venezolano
logra tasas importantes de desesperanza inducida, de pesimismo militante,
ayudado por legiones de escribidores y opinadores que les comprar ese pescado
podrido; por repetidores de su invencibilidad; por samuráis que se destripan a
diario; por auto flagelantes de oficio; por propagadores de la tesis chimba
según la cual “todos son iguales”; por los que meten en el mismo saco a
víctimas y verdugos, a presos y carceleros. Han logrado, entre todos, crear un
engendro monstruoso de mil cabezas que hasta se alegra de que pongan pero
o maten a un opositor porque de acuerdo con sus estándares, la víctima, como
los sospechosos de la Ley Robespierre, podría ser colaboracionista.
Esta actitud absurda, evita el verdadero debate sobre los errores que el
liderazgo opositor a Maduro ha cometido, lo convierte en un debate de pasiones
y no en uno de ideas.
Como dijimos arriba. No podemos curar a Venezuela si nos enfermamos del
odio que combatimos, de la misma manera que los médicos y enfermeras no pueden
curar a los enfermos de coronavirus si se contagian.
Valdría le pena incluir esto en el debate. Seria importante crear una
fábrica de optimismo y alegría para usarlos como arma de cohesión. Una vez
estuvimos por millones en la calle cantando aquella canción “quietarnos los
miedos, sacarlos afuera, pintarnos la cara color esperanza, mirar al futuro con
el corazón..
¡SABER QUE SE PUEDE, QUERER QUE SE PUEDA!
04 de Junio del 2020
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