¿Qué poderes extraterrestres y divinos le dan
autoridad a quien se atreva a afirmar que el acorralamiento del régimen, su
desnudamiento ante el mundo como una satrapía oprobiosa, asesina y dictatorial
al servicio de la tiranía cubana, hasta levantar en protestas a 35 ex
presidentes de repúblicas hispanoamericanas y darle el más feroz de los golpes
de opinión a una dictadura que se creía invencible fue un fracaso? ¿Qué
legítima autoridad a afirmarlo poseen quienes cargan con sus propios fracasos?
A nuestros mártires
A nuestros presos políticos, combatientes por la
verdad
La verdad no es de goma, un chicle que se mastica a
conveniencias de cada dentadura: para escupirla una vez que nos haya servido a
satisfacción. Dicho hegelianamente: la verdad es la adecuación de lo real con
su concepto. O, si se lo prefiere: la realidad mediatizada por el concepto. No
por gracia divina, por iluminación adquirible mediante un cheque en dólares o
por antojos personales. Sino por un esfuerzo intelectivo que requiere
experiencia, educación, cultura y sabiduría. Nada de lo cual se adquiere en el
mercado o se arrebata en agavillamientos partidistas.
Es así, aunque, como ya decían los griegos, la
verdad, la aletheia, fuera la primera sacrificada en tiempos de
guerra, se la distorsione y manipule a voluntad por la bastardía política y se
la envíe a los depósitos de desechos y basurales en tiempos totalitarios.
Cuando reina la mentira, su antónimo, como nos ha sido abundantemente
demostrado durante estos 17 años de falsía, de estafa, de engaños tras el
asalto irracional y totalitario del poder por el caudillismo analfabeta,
militarista y autocrático. Esta sí, una verdad incontrovertible, pues hace a la
esencia de un país solo verdadero a medias. O el saberlo se encuentre demasiado
distante para pobres de espíritu y débiles mentales. Lo que, en la arena
política, suele tener enorme relevancia.
Lo que sí tiene relevancia es desvirtuarla,
maquillarla o acomodarla a los fines, rencores, caprichos y ambiciones de
algunos políticos, empujados al liderato por razones ajenas al talento y la
vocación. Acercados al poder gracias a la obsequiosidad de sus familias o al
poderío de sus intereses. Lo que ya es otro cantar.
Para explicarlo brechtianamente, verdad es sostener
que llueve de arriba hacia abajo. Mentira es insistir en afirmar lo contrario:
que llueve de abajo hacia arriba. Verdad es decir que esto ha sido una farsa
impuesta por la fuerza del engaño, la seducción, la violencia de las
armas, la corrupción y la ignorancia. Mentira es sostener impúdicamente que
esto ha sido una revolución socialista, marxista leninista, incluso
castro-comunista. Verdad es decir que esta ha sido una oclocracia –un gobierno
de maleantes sostenido por la marginalidad y la plebe–; mentira es afirmar que
esta ha sido una revolución democrática y liberadora. Verdad es demostrar que
este ha sido un gobierno de hampones. Mentira, que ha sido un gobierno de
demócratas revolucionarios. Por cierto: un oxímoron.
Pero la verdad no se limita a la teoría, al
análisis, a las percepciones. La verdad, como también lo afirmara el idealismo
alemán –Kant, Hegel, Fichte– e incluso Carlos Marx, el más grande de los
discípulos de la izquierda hegeliana, se hace auténtica verdad en la práctica.
Verdad es oponerse en la práctica a la mentira. No conciliar con ella. Verdad
es combatir la mentira. No aliarse a ella. Verdad es enfrentar la mentira. No
compartirla. Y luchar, incluso con las armas en la mano, por defender e imponer
la verdad. No sentarse a esperar al buen Dios para que, cuando le suene la
hora, interceda por nosotros. Pues la verdad y la mentira representan fuerzas
vivas, actuantes, capaces de imponer la verdad como proceso de encuentro de la
identidad, la emancipación, la felicidad de los ciudadanos, o de la mentira,
como imposición esclavizante del sometimiento y la automutilación a manos de
los mentirosos, los hampones, los dictadores y tiranos. Favorecidos por la
pusilanimidad de los débiles.
De allí las complejas, arduas e inmensas dificultades,
primero: por descubrir la verdad y asumirla a plenitud; segundo: por unir a
todos quienes la han descubierto; tercero: por luchar e imponerla venciendo,
derrotando y extirpando del cuerpo social al hamponato mentiroso que gracias al
engaño, la violencia y la burla han devastado a una nación. Lo cual, créaseme,
es tan difícil como luchar contra un cáncer, si bien inmensamente más complejo,
pues generalizado a todo el cuerpo social. Pues el mal también se trasmina, se
infecta y se contamina.
Visto todo lo anterior: ¿qué poderes
extraterrestres, divinos y plenipotenciarios le dan autoridad a quien se atreva
a afirmar que la revolución de febrero de 2014, el acorralamiento del régimen
con el levantamiento popular de estados enteros, como Mérida y Táchira, su
desnudamiento ante el mundo como una satrapía oprobiosa, asesina y dictatorial
al servicio de la tiranía cubana, hasta conmover e indignar la conciencia de la
verdad de la opinión pública mundial, levantar en protestas a 35 ex presidentes
de repúblicas hispanoamericanas y darle el más feroz de los golpes de opinión a
una dictadura que se creía invencible fue un fracaso? ¿Qué legítima autoridad a
afirmarlo poseen quienes cargan con sus propios fracasos?
Ante
el rencor, la soberbia y la ambición de quien se atreva a tamaño despropósito
solo me cabe volver a recordar una vez más la contundente afirmación de Antonio
Labriola, el filósofo italiano maestro de Antonio Gramsci, quien anticipándose
a Albert Einstein expresó una verdad del tamaño de una catedral: “Solo tú,
estupidez, eres eterna”.
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA @SANGARCCS27 DE DICIEMBRE 2015 - 12:01 AM
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