En la madrugada del 7 de diciembre, después de los
primeros sentimientos que produjo el resultado electoral, vinieron a mi memoria
los amigos desaparecidos que hubieran expresado regocijo al enterarse del
triunfo de la oposición en las elecciones parlamentarias. ¿Qué hubieran
gritado? ¿Cómo hubiesen manifestado ante los suyos lo que sentían, después de
sus escaramuzas contra una especie curiosa de “revolución” a la que adversaron
sin darse tregua, y en cuya cara había sonado una clamorosa bofetada popular
mientras ya no estaban?
Pienso, claro, en una atmósfera de exaltación
próxima a la gloria con ellos en el centro, porque no hay otra manera de
manejar con propiedad esa fantasía. Hoy, como homenaje por lo que hicieron para
que lleváramos a cabo entre todos la faena de propinarle una paliza al
oficialismo, los quiero recordar frente a los lectores.
Las damas primero, no solo porque lo aconsejan las
buenas costumbres, sino también porque la de marras sabía de esoterismos y tal
vez los pueda manejar desde la eternidad para reclamar precedencia ante el
último de sus compinches. Como profesora de la universidad, como manejadora de
cónclaves sobre los misterios de los cultos populares, como autora de estudios
importantes sobre los rasgos de los venezolanos de la actualidad, como
escritora de novelas históricas que remontan hacia nuestros orígenes
republicanos y, en especial, como comunicadora de alegría, Michaelle Ascencio
estuvo en la vanguardia de la resistencia intelectual frente a lo que consideró
como una barbarie difícil de desarraigar, pero ante cuya oscuridad jamás se
amilanó. “De que vuelan, vuelan”, me dicen que dijo contoneándose desde su
falda floreada cuando la señora triste del CNE leyó el primer escrutinio.
Zapata se hubiera expresado en una caricatura de
antología. Lo imagino pidiendo dibujos viejos que refirieran la trascendencia
del hecho, me dijo Mara en días pasados. Lo veo en el trabajoso movimiento que
debía hacer en sus últimos días para proponer las palabras más adecuadas que se
fijaran en la sensibilidad del lector, agregó. Lo imagino completamente feliz,
concluyó Mara. Al maestro Pedro León Zapata no le alcanzó el tiempo para
realizar esa viñeta histórica, pero hoy hacemos memoria de sus sapos con
charreteras, de sus pesadas y hegemónicas botas militares, de sus espadas
parlantes e idiotas, de sus Coromoticos todavía más decepcionadas del siglo
XXI, porque fueron inspiración primordial, al alcance de todos, de una lucha
que cristalizó el 6 de diciembre. Quizá no hubiésemos llegado a esta primera
meta sin el apoyo del genial artista, me atrevo a asegurar.
Simón Alberto Consalvi está en la sala de su casa,
en su sillón de cuero de gran señor, mirando los retratos del general
Gómez que le pintó Zapata y rodeado de los amigos que esperamos su opinión.
Dice entonces pocas palabras porque no se lleva bien con las estridencias, pero
tiene ganas de desembuchar las bullas que jamás salieron de su boca. Debido a
que se resiste a soltarlas, los presentes nos conformamos con comentar sus
artículos semanales en El Nacional y los desayunos que
convocaba en la mesa de Luis José Oropeza para hablar del chavismo y de la
oposición con la intención de que las tertulias sigilosas se volvieran después acción
en la calle, en las aulas y en el seno de los partidos. También recordamos,
desde luego, que ese gran señor que ahora guarda silencio se jugó el pellejo en
la resistencia contra una dictadura, cuando comenzaba una guerra que acaba de
enderezarse en la proximidad de la pascua gracias a una victoria titánica.
Manuel Caballero es otro asunto, otro tipo de
levantado paladín. No para de hablar, se mueve con una agilidad que no le
conocíamos, se le entienden, créanme, las frases apelmazadas; pide las copas
que jamás consumió en la vida, reclama las felicitaciones que merece, se
despoja por primera vez de la boina azul y se prepara para salir en tres
programas de televisión. Hasta llega, asunto inusual, a contar un chiste
gracioso de veras. Si cree, como afirma sin vacilar, que fue artífice esencial
de lo que sucedió, tiene razón. Sus letras valientes y su encono contra las
militaradas, pero también sus aportes densos de historiador, fueron guía
certera para los hombres convertidos poco a poco en ciudadanos y, también poco
a poco, en héroes electorales.
En el
amanecer del 7 de diciembre extrañé la compañía de cuatro grandes venezolanos.
EPINOITURRIETA@EL-NACIONAL.COM27 DE DICIEMBRE 2015 - 12:01 AM
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