“Ahora bien, el espíritu no
será nunca libre si no existe una libre ironía”
Conde de Shaftesbury
Estamos en la era del imperio de la posverdad, las fake news,
las ideologías y las políticas de odio. Uno puede llegarse a sentir desvalido
ante esa realidad. El mejor antídoto ante ese escenario tan pesimista es
rescatar lo mejor que poseamos en la tradición del pensamiento para enfrentar
las amenazas del inmoralismo y las tiranías. Nuestro modelo inspirador debería
ser Sócrates.
Sócrates, para muchos, incluyendo a Hegel, habría sido el padre de la
ética. En la imaginación popular, Sócrates es el paradigma del maestro, uno que
se distingue por su forma de enseñar a través del diálogo. Cuando se va más
allá de esa imagen, se encuentra que la cuestión es un acertijo más complejo de
lo que aparece a primera vista. Pues Sócrates no es un maestro que enseñe, como
se acostumbra, por medio de la transmisión de contenidos, sino por medio de un
comportamiento paradójico.
Platón hizo el retrato de Sócrates como uno de los hombres más
enigmáticos de la historia. Sócrates era un tábano para la ciudad de Atenas,
quien poseía la misión divina de despertar a sus conciudadanos del saber
dogmático a través de una constante interrogación, mostrándoles así que no
sabían lo que creían saber. Era convicción de Sócrates que una vida sin examen
no vale la pena, y, en consecuencia, conducía a sus interlocutores a realizar
un examen sobre sí mismos. Otra convicción socrática es que es peor hacer el
mal que recibirlo. Tal vez la más peculiar de sus convicciones es su
intelectualismo moral: nadie hace el mal con conocimiento, es decir, todo mal
proviene de la ignorancia.
Muchos son los testimonios que afirman que Sócrates fue una persona
justa, alguien que poseyó la virtud a lo largo de toda su vida. A pesar de eso,
este mismo hombre declararía, en muchas ocasiones, ser un ignorante. De ser ese
el caso, esa ignorancia entraría en contradicción con su identificación de
virtud y ciencia. ¿Cómo es posible que el ciudadano que había sido declarado el
más sabio por el Oráculo de Delfos, y quien poseía la misión de examinar la
calidad del saber de sus conciudadanos, fuese un ignorante?
La ignorancia como sabiduría
Para responder a esa cuestión, es necesario comprender cuál es la
función de la ironía en la filosofía socrática. Primero, debemos recordar en
qué consiste la ironía en general. Es una forma del humor, y de la retórica,
que se caracteriza por la evidente contradicción entre el lenguaje y su
contenido. Tiene lugar un ejemplo de ironía cuando le digo a una persona
desaliñada que está bien vestida, con la intención no de engañarla sino de
hacerle notar su desarreglo de forma velada.
La filosofía socrática comienza con la búsqueda de la consistencia del
saber. Esto está representado por la famosa frase “conócete a ti mismo”, cuyo
significado es el desarrollo de la autoconciencia. Sócrates conoció esa frase
en el templo de Delfos, donde tenía una connotación religiosa. Le recuerda a
los humanos que son seres limitados y que no deben cometer el pecado de la
soberbia, es decir, ofender a los dioses. La idea de Sócrates es darle un
sentido filosófico a esta sentencia. No cometer el pecado de la soberbia a
nivel epistemológico. Dicho pecado es sostener prejuicios e ideologías nacidas
de las pasiones políticas.
La consecuencia de esa exigencia de autoconciencia da un resultado
crítico: “solo sé que no sé”, es decir, Sócrates declara que es consciente de
la problematicidad del conocimiento. Sócrates no se declara ignorante a secas,
sino que exige que se le reconozca un saber, un saber paradójico: el saber del
no saber, esto es la conciencia del límite del propio conocimiento. Esto es lo
que la tradición ha denominado Docta ignorancia, una expresión empleada por san
Agustín, san Buenaventura y principalmente por Nicolás de Cusa para significar
la actitud prudente del sabio ante la magnitud de los problemas del Universo y
la limitación de las facultades naturales del conocimiento.
A partir de la Docta ignorancia tiene lugar la primera forma de ironía
socrática: la devaluación que Sócrates hace de sí mismo en relación con los
adversarios con quienes discute. Cuando Sócrates declara en la discusión acerca
de la justicia:
«Yo considero que la investigación está fuera de nuestras posibilidades
y que vosotros que sois hábiles en vez de enojaros deberíais tener piedad de
nosotros.» (Rep., I, 336 e- 337 a).
Aristóteles (Ét. Nic., IV, 7) clasifica esta falsa modestia
socrática como uno de los extremos en la actitud frente a la verdad. El que
dice la verdad sobre sí mismo está en el justo medio, mientras quien exagera la
verdad es el jactancioso y quien, en cambio, intenta disminuirla es el irónico.
La ironía, dice Aristóteles, es simulación bajo este aspecto.
La ironía como método
Cicerón nos explica la estrategia que motiva a ese comportamiento:
«Sócrates en la disputa a menudo se rebajaba a sí mismo y elevaba a los
que quería refutar y así, hablando en forma diferente a la pensada adoptaba
voluntariamente la simulación que los griegos denominaban ironía.» (Acad, IV,
5, 15).
Hasta ahora, Sócrates ha trabajado en la purificación de su propio
conocimiento. Resulta que las demás personas también sufren de un conocimiento
no purificado. Así tiene lugar la transición de lo introspectivo a lo extrospectivo.
Contra la ignorancia, en la mente de los interlocutores, tiene que
desarrollarse la refutación, parte inicial del método
socrático. La refutación tiene la misión de suscitar en los otros la Docta
ignorancia, es decir, de encaminarlos hacia una purificación espiritual de sus
errores y faltas. Por lo tanto, no llega ni debe llegar a una conclusión
positiva sino a un resultado negativo. Dicho resultado, en tanto conciencia de
un vacío interior intolerable, es preparación y estímulo para una investigación
reconstructiva. En tal sentido, es un precedente de la duda metódica de
Descartes.
«Trasímaco: He aquí, por Heracles, la ironía habitual de
Sócrates. Yo sabía, y se lo dije antes a esta gente, que tú no querías
contestar y que emplearías la ironía y harías cualquier cosa antes que contestar,
si alguien te interrogara. Ésa es tu costumbre: no contestar nunca sino, cuando
otro contesta, tomar su discurso y refutarlo… He aquí la sabiduría de
Sócrates» La república (I,337 y sigs).
Al igual que todos los sofistas, Trasímaco no comprende el significado
espiritual que la refutación tenía para Sócrates: la purificación y la
liberación de la mente es preparatorio para acceder a la investigación.
Así se pasa de la forma negativa de la ironía a una forma positiva. En
Sócrates tomará la investigación la forma de mayéutica, que consistirá en el
aspecto constructivo del método. La mayéutica, arte de la partera heredado de
su madre Fenáreta, la cual Sócrates convierte en un arte para ayudar a nacer
las ideas. Consiste en orientar al interlocutor, por una serie de preguntas, a
que descubra la verdad dentro de sí mismo.
De esta forma, tiene lugar otra forma de la ironía. El maestro que
declaraba no poseer ningún conocimiento es quien puede orientar hacia el
conocimiento verdadero.
La enseñanza de la ironía
¿Cuáles son las lecciones que podemos extraer del magisterio de Sócrates
para nuestro presente?
En primer lugar, debemos ser lo suficientemente valientes para someter a
examen nuestras propias creencias. De esta forma, purificarnos de todo
prejuicio y de toda ideología. Hasta alcanzar la Docta ignorancia, la humilde
conciencia que nuestro conocimiento es problemático y limitado.
El segundo lugar, utilizar el pensamiento crítico para ayudar a las
otras personas a salir del sueño ideológico. Para eso, Sócrates desarrolla la
refutación, que no es más que la transmisión de la Docta Ignorancia a los
demás.
En tercer lugar, Sócrates nos invita a aplicar la mayéutica, que es la
etapa positiva del método socrático. Como ya sabemos, la mayéutica es un
sistema de preguntas que ayuda a sacar la verdad que descansa en el fondo de
nuestro espíritu.
La grandeza de Sócrates reside en no llenar a la mente de los
interlocutores con un credo ni una fe ciega. Su intención es enseñar a las
personas a pensar por sí mismas. Hay que aclarar que Sócrates no quiere que las
personas exhiban un pensamiento excéntrico. El propósito es que las personas
puedan hacer un examen de su concepción de la realidad y determinen cuales son
los prejuicios o ideologías que afectan sus creencias.
Al bajar el volumen a las ideologías, podremos oír la voz de la
conciencia. El mismo Sócrates, muchas veces, afirma obedecer a su Daimón. Ese
Daimón encarna a los principios éticos.
La clave de la ironía socrática no es simplemente lo que Sócrates dice,
hay que poner toda la atención sobre lo que hace, cómo practica el arte de
vivir. Sócrates es un paradigma, pero no para copiar de forma mecánica. Más
bien es una figura que nos debe inspirar para que construyamos una mejor
versión de nosotros mismos.
El retrato que hace Platón del Sócrates irónico nos invita a tomar las
riendas de nuestra propia vida. Esto implica introducir en nuestra vida el
auto-examen despiadado de nuestras creencias acríticas. Así, dejar de ser
víctimas de las ideologías de moda. Luego se nos revelarán los principios
éticos. Sócrates no invita a practicar el difícil arte de vivir, el cual se
identifica con el cuidar a nuestra alma.
POR Wolfgang Gil Lugo
Ilustración: "La muerte de Sócrates" (1787), de Jacques-Louis David
17/08/2019
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