En sus pocos años de gobierno, Maduro ha
ido perdiendo rápidamente sus disfraces. Esta semana, desde una cárcel de
Brasil, donde enfrenta condenas por corrupción y soborno, Mónica Moura ha
confesado que Maduro es un capo a lo grande. Que Antonini Wilson es Bambi al
lado de nuestro Presidente.
Ese tipo que ves ahí, serio, con traje y corbata,
sentado detrás de su escritorio, abriendo un maletín lleno de dólares y
mostrándoselo a la mujer que tiene enfrente; ese tipo que sacó de esa manera 11
millones de dólares, billete sobre billete, sin poner nunca una firma,
sin recibir jamás una facturita, ese tipo…es el mismo que un tiempo
después, montado en una tarima, vestido de rojo, alzaba su puño y gritaba
aguerridamente: “¡Vamos a combatir la vieja ética capitalista podrida de la
corrupción administrativa, del tráfico de influencias!”
¿En cuál de los
dos se puede creer? ¿En el pillo que paga, en efectivo y a escondidas, millones
de dólares a unos asesores de marketing político brasileños….o
en líder que se declara en una cruzada en contra de la corrupción: “Es la
batalla contra el capitalismo y sus antivalores, es la batalla contra los
bandidos, los politiqueros de la derecha que destruyeron a este país durante
años” ¿Cuál de los dos Nicolás Maduro es más real?
En sus pocos años de gobierno, Maduro ha ido perdiendo
rápidamente sus disfraces. Esta semana, desde una cárcel de Brasil, donde
enfrenta condenas por corrupción y soborno, Mónica Moura ha confesado que
Maduro es un capo a lo grande. Que Antonini Wilson es Bambi al lado de nuestro
Presidente. Que, cuando estaba al frente de las relaciones exteriores, el
entonces Canciller Maduro podía disponer, tranquilamente, de millones de
dólares para pagar los servicios de ella y de su marido, Joao Santana, exitosos
asesores en campañas electorales. Así, de poquito en poquito, en fajas de
300, 500 u 800 mil dólares, les fue pagando humildemente su colaboración y su
apoyo. 11 millones de dólares. Estamos hablando del mismo tipo que
hace chiste ante la noticia de un venezolano muerto por comer yuca amarga.
El Presidente obrero es una ficción publicitaria.
El verdadero Maduro tiene las manos manchadas con los dólares que le
pertenecían a todos los venezolanos. Cuando habla de la supuesta guerra
económica no recuerda sus reuniones con Mónica Moura. Y esto solo es una
pestaña del iceberg. El oficialismo tiene una inmensa caja negra donde quizás,
algún día, podamos encontrar algo del millón de millones de dólares de la
bonanza petrolera. Hacen falta muchas Mónicas Mouras, dispuestas u
obligadas a confesar, para poder armar bien el análisis de la crisis económica
venezolana. No solo se trata de un modelo fracasado. Se trata de un modelo
genéticamente corrupto. Detrás de los quirófanos cerrados del Hospital Vargas, hay un
maletín o una bolsa, una caja llena de dólares que algún alto funcionario rojo
rojito se llevó.
Eso, también, es lo que busca tapar ahora la
Constituyente. El oficialismo no es solo una forma de suprimir la
voluntad del pueblo, de eliminar la democracia. La Constituyente de Maduro es
además un atentado en contra de la transparencia, un nuevo acto de
corrupción. Tanto hablar en contra del neoliberalismo y, finalmente, el
chavismo terminó privatizándolo todo. Han privatizado incluso los poderes
públicos. Han privatizado a la Fuerza Armada Nacional. Han convertido a
los soldados en su ejército particular. Han puesto todo al servicio de esa
nueva clase que llamamos “los enchufados”. Y ahora, encima, quieren
privatizar las elecciones. Que solo voten los suyos. Los que dependen de
ellos. Los que ellos financian. Pretende que la Asamblea de accionistas del
PSUV sea el congreso de representantes del país. La revolución convertida
en una Compañía Anónima.
Están dispuestos a todo porque no quieren que todo se
sepa. La Constituyente es una forma de imponer el silencio, la opacidad. No
quieren un nuevo país que se asome a mirar y revisar lo que ha pasado en estos
18 años. Prefieren las balas, los muertos. Apuestan al desgaste, al cansancio
de la gente. Calculan endilgarle luego los muertos a la oposición. Culpar a los
otros de todo. A la hora de resistir, el poder tiene más recursos, mas medios,
más dinero. Pero ya no tiene algo fundamental: heroísmo. Ya solo son la
representación del orden viejo, que actúa sin piedad, militarmente, en contra
de su propio pueblo.
“La gente me grita: ¡Maduro, dale duro! Y yo voy con
todo, voy a darle duro a la corrupción donde esté”. No tiene que ir muy
lejos. Basta con que se mire al espejo. Con hablar con su entorno. Con
dar pasos y no poder salir de Miraflores. El oficialismo ya no controla la
versión de la historia. La realidad se le fue de las manos. Ya no
son capaces de convocar alguna ilusión. Ahora, la rebeldía, la pasión, la creatividad,
el ansia por un cambio….están en la oposición. El gobierno solo es pasado y
violencia. Está atrincherado, defendiendo la corrupción. La épica avanza
entre bombas lacrimógenas. La esperanza está en la calle.
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