"Las repercusiones globales
son mayores de lo esperado", avisa el FMI
El nuevo economista jefe del Fondo
Monetario Internacional (FMI),
Maurice Obstfeld, tiene claro que la evolución de China será
determinante en el año que acaba de comenzar. “Su economía se está
desacelerando en medio de la transición de un modelo basado en la inversión y
la manufactura hacia el consumo y el sector servicios.
Las repercusiones globales de la reducción de la tasa de crecimiento, a través de la disminución de sus importaciones y una menor demanda de materias primas, han sido mucho mayores de lo que hubiéramos esperado”, expuso esta semana.
No en vano, el gigante asiático ha sido el principal contribuyente a una década dorada para muchos países productores de materias primas gracias a su fuerte y aparentemente inagotable sed de materiales y energía. A finales de 2014, China suponía el 12,3% de las exportaciones y el 10,2% de las importaciones del comercio global de mercancías, según datos de la Organización Mundial del Comercio.
No en vano, el gigante asiático ha sido el principal contribuyente a una década dorada para muchos países productores de materias primas gracias a su fuerte y aparentemente inagotable sed de materiales y energía. A finales de 2014, China suponía el 12,3% de las exportaciones y el 10,2% de las importaciones del comercio global de mercancías, según datos de la Organización Mundial del Comercio.
Menos
petróleo
La reestructuración del modelo económico
del gigante asiático es uno de los puntos clave. El desarrollo chino ha sido
hasta ahora intensivo en industria manufacturera e inversión estatal, lo cual
convirtió al país en un gran consumidor de materias primas como petróleo, cobre
o hierro. Ahora Pekín pretende que su economía crezca de forma más sostenible,
priorizando el sector servicios y el consumo de sus ciudadanos.
El cambio ha provocado una caída de sus
compras de materias primas. Esto, unido a otros elementos como las nuevas
técnicas de extracción de crudo y gas, ha propiciado el derrumbe de los precios
y ha acabo por afectar a las economías de los países productores, muchos de
ellos muy dependientes de los intercambios con China.
En cuanto al crecimiento, entre 2010 y
2015, China ha contribuido en un 35% al aumento del PIB mundial, según cálculos
del FMI. La preocupación, según los expertos, no es tanto que China esté al
borde de una recesión, sino la evidencia de que el país ya no ejercerá de
salvavidas del crecimiento global sin que se haya encontrado aún un sustituto.
Cuando China tropieza
Si las
cosas se ponen realmente feas, el mundo no estará preparado para responder
Un grupo de personas espera en un
cruce en la ciudad china de Bozhou. / REUTERS
¿Van a causar los problemas de China una crisis mundial? La buena noticia es que las cifras, tal como yo las veo, no
parecen lo bastante elevadas. La mala noticia es que podría equivocarme, porque
parece que los contagios mundiales a menudo acaban siendo peores de lo que
dictan los números por sí solos. Y la peor noticia es que, si China asesta un
mal golpe al resto del mundo, estamos verdaderamente mal preparados para
afrontar las consecuencias.
Para quienes acaban de empezar a prestar
atención: hace ya algún tiempo que es evidente que la economía china tiene problemas graves. Resulta difícil determinar la gravedad,
porque nadie se cree las estadísticas oficiales chinas.
El problema fundamental es que el modelo económico de China, que se caracteriza por mucho ahorro y muy poco consumo, solo ha
sido sostenible mientras el país ha sido capaz de crecer extremadamente
deprisa, lo que justificaba una inversión elevada. Lo cual, a su vez, era
posible cuando China tenía unas enormes reservas de mano de obra rural
subempleada. Pero eso ya no es así, y ahora China se enfrenta a la compleja
tarea de pasar a un crecimiento mucho más bajo sin caer en la recesión.
Una estrategia razonable habría sido ganar tiempo
con una expansión del crédito y gasto en infraestructuras, a la vez que se
reformaba la economía de tal modo que aumentase el poder adquisitivo de las
familias. Por desgracia, China solo ha aplicado la primera mitad de esa
estrategia, con lo que ha ganado tiempo y luego lo ha desaprovechado. Las
consecuencias han sido un rápido aumento de la deuda, gran parte de ella con
“bancos en la sombra” sometidos a escasa regulación, y una amenaza de desastre
financiero.
De modo que la situación en China parece bastante
sombría; y las últimas cifras han alimentado el miedo a un batacazo que
provoque no solo una caída en picado de las acciones chinas, sino también una
gran bajada del precio de las acciones en todo el mundo.
Bueno, hasta aquí, mal. Y algunas personas inteligentes
piensan que las repercusiones mundiales serían espeluznantes; George Soros lo
compara con 2008.
Sin embargo, como he indicado antes, me resulta
difícil creer que las cifras cuadren para una catástrofe similar. Sí, China es
una gran economía que, concretamente, representa alrededor de la cuarta parte
de la fabricación mundial, así que lo que sucede allí tiene consecuencias para
todos nosotros. Y cada año, China le compra al resto del mundo bienes y
servicios por valor de más de dos billones de dólares. Pero el mundo es muy
grande y su producto interior bruto total, excluyendo a China, es de más de 60
billones de dólares. Aunque las importaciones chinas sufriesen una drástica
caída, esta solo afectaría ligeramente al gasto mundial.
¿Y qué hay de los vínculos financieros? Uno de los
motivos por los que la crisis de las hipotecas basura de Estados Unidos se
contagió a todo el mundo en 2008 fue que los extranjeros en general, y los
bancos europeos en particular, resultaron estar terriblemente expuestos a las caídas
de los valores estadounidenses. Pero China posee controles de capital —es
decir, no está muy abierta a la inversión extranjera—, por lo que la bajada de
las acciones o incluso los impagos internos de la deuda tendrían escasos
efectos secundarios directos.
Todo lo cual significa que, aunque la propia China
tenga problemas graves, las consecuencias para el resto del mundo deberían ser
asumibles. Pero debo admitir que no me siento tan relajado respecto a este
asunto como el anterior análisis dicta que debería estar. Por así decirlo, me
falta la valentía que acompaña a la complacencia. ¿Por qué?
En parte, porque parece que los ciclos económicos
de los distintos países suelen estar más sincronizados de lo que “deberían”.
Por ejemplo, Europa y Estados Unidos exportan e importan entre sí solamente una
pequeña parte de lo que producen y, sin embargo, sus recesiones y
recuperaciones suelen ser simultáneas. Puede que los vínculos financieros
influyan, pero tengo la sospecha de que también existe un contagio psicológico:
las noticias, buenas o malas, de una economía importante afectan al espíritu
animal de las demás.
Así que me preocupa que China pueda exportar sus
males de una forma que escapa a los cálculos a vuelapluma; que los problemas
del Imperio del Centro acaben, de un modo u otro, reduciendo el gasto en
inversión de Estados Unidos y Europa, así como de otros mercados emergentes. Y
si mi inquietud se materializa, vamos a estar lamentablemente mal preparados
para soportar ese golpe.
Al fin y al cabo, ¿quién respondería a una crisis
china, y cómo? La política monetaria probablemente serviría de poco. Con unos
tipos de interés que siguen cercanos a cero y una inflación que aún está por
debajo del objetivo, la Reserva Federal tendría en todo caso una capacidad limitada
para luchar contra una corriente económica descendente, y es probable que haya
reducido todavía más sus opciones al mostrarse deseosa de subir los tipos a la
más mínima ocasión. Mientras tanto, el Banco Central Europeo ya está
extralimitándose en sus funciones políticas con sus hasta ahora infructuosos
esfuerzos por elevar la inflación.
Y aunque la política fiscal —en esencia, gastar más
para compensar los efectos de la disminución del gasto chino— seguramente
funcionaría, ¿quién cree que los republicanos se mostrarían receptivos a un
nuevo plan de estímulo de Obama, o que los políticos alemanes verían con buenos
ojos la propuesta de aumentar los déficit de Europa?
Ahora bien, yo sigo apostando por que las cosas no
saldrán tan mal; se pondrán muy feas en China, pero en el resto del mundo solo
habrá pequeñas turbulencias. Y de verdad, de verdad espero acertar, porque no
parece que tengamos ningún plan B a la vista.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.
© The New York Times
Company, 2016.
Traducción de News Clips.
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