Ni como
insulto ni ofensa. Nos referimos aquí a un idiota en su exacto sentido
originario. Viene del griego. Idios quiere decir lo propio. Idiotas, en su
sentido lato, eran los griegos que vivían más en lo propio que con los otros, o
lo que es lo mismo, a los que importaban más sus asuntos privados que los de la
polis. En breves palabras, los que no hacen política.
Siguiendo la
línea de Aristóteles podemos distinguir entre idiotas naturales e idiotas por
elección. Según el filósofo, esclavos y mujeres eran idiotas naturales. Los
primeros, no porque fueran tontos – entre los esclavos había filósofos y
grandes pedagogos – sino porque en su gran mayoría eran extranjeros y no debían
entrometerse en asuntos públicos que no les incumbían. Las segundas, porque las
mujeres eran propiedad de los hombres.
Algunas damas,
no obstante, se las arreglaban para practicar política en sus espacios
privados. Es sabido, por ejemplo, la influencia política que llegó a alcanzar
la esposa de Pericles, Aspasia, no solo en su culto marido sino también entre
muchos ciudadanos notables, hasta el punto que logró seducir al hombre más feo
y más inteligente de toda Atenas: Sócrates
. Si no fue una mujer política,
Aspasia logró ser maestra en la práctica de la intrapolítica. En los salones de
la bella dama eran cocinadas intrigas y entre copa y copa, urdidos los planes
más refinados a ser ejercitados en el espacio abierto de la polis.
Los idiotas
por elección eran en cambio los que decidían practicar oficios lejos del gran
público, sobre todo artesanos, comerciantes, escultores, músicos, poetas. Por
lo mismo no podía haber políticos idiotas. O los griegos eran políticos o eran
idiotas. Esa es quizás la diferencia entre los políticos griegos y los de
nuestro tiempo en donde sí podemos encontrar una gran cantidad de políticos que
han probado ser perfectos idiotas. Es decir, políticos que abandonan el espacio
real de lo público o de la polis o de la ciudad y se dejan llevar por fantasías
a las que no vacilamos en denominar, espacios de la metapolítica. Práctica
imposible de realizar en el mundo griego.
La política
griega versaba sobre asuntos reales de la polis. Allí los ciudadanos discutían
frente a frente, sin ideologías, sin fantasías, desde temas relativos al orden
interno de la ciudad hasta llegar a declaraciones de guerra a otras naciones.
Hoy no es así. En un mundo cada vez más global, digital y virtual, los asuntos
políticos no son solo los muy transparentes de la polis, sino también otros
imbricados con la opacidad de ámbitos que sobrepasan lejos a la política
nacional y ciudadana. Razón que lleva a los políticos a penetrar en terrenos no
reales y, por lo mismo, no inmediatos de la polis. Dicho en breve: aunque sea
transgresión gramatical, la política de hoy no tiene siempre que ver con la polis.
Luego, la despolitización de la política aparece como una posibilidad
permanente. Es, a mi juicio, el peligro más grande que acosa a la política de
nuestro tiempo. Hay en consecuencia, políticos no políticos y luego - repetimos
con énfasis, no es un insulto – políticos idiotas.
Javier Marías
en un incisivo artículo publicado en su columna semanal del 03.11.2019 califica
como tontos a políticos como el británico Cameron y los españoles Rivera y Mas.
Pero leyendo el texto nos damos cuenta que con el concepto tonto, Marías no
quiere decir tarados sino más bien idiotas en el exacto sentido griego, a
saber, políticos que han abandonado los temas reales de la polis para dejarse
llevar por fantasías sin suelo y en función de ellas, levantar sus estrategias.
El idiota político no sería así el que comete errores – en ese caso todos los
políticos serían idiotas- sino primero: el que abandona la política en aras de
la metapolítica y segundo: el que persevera en el abandono de la polis sin
echar cable a tierra a su debido momento. El caso Cameron ha llegado a ser un
clásico del idiotismo político.
Hacia enero
del 2013 David Cameron enfrentaba una situación interna altamente complicada.
De hecho estaba a punto de quedar aislado frente al cerco formado por las
fracciones más duras de los Tories, el avance de los nacional-populistas y
parte de los liberales. Fue entonces cuando comenzó a imaginar el plebiscito
que llevaría al Brexit confiado en que el apoyo en contra de la salida
económica de Europa iba a derrotar sin problemas a los anti-europeos. Cameron
intentó utilizar de ese modo una alternativa internacional como medio para
reforzar sus posiciones nacionales. Grave error. Si bien ambas políticas, la
nacional y la internacional son interdependientes, transcurren en planos
diferentes. Más grande es el error si se considera que ni Cameron ni ningún
gobernante está en condiciones de controlar los avatares de la arena
internacional. Y todavía más grande aún cuando son proyectadas situaciones que
se dan en un tiempo hacia otro tiempo que nadie sabe como será.
Cameron tuvo
posibilidades de rectificar, echar pie atrás y anular un plebiscito que, aparte
de los nacional-populistas, nadie quería. No lo hizo: perseveró en sus
fantasías. El resultado es conocido. Cameron no solo arruinó su carrera
política. De hecho desordenó a toda la política nacional, dividió a los
ingleses en dos fracciones irreconciliables, cavó una zanja entre dos
generaciones, la de la mayoría de jóvenes en contra del Brexit y la de la
mayoría de viejos a favor del Brexit. Y lo peor de todo: dio alas al
nacional-populismo británico y europeo el que desde el Brexit no ha cesado de
crecer. Si a alguien tiene que agradecer Putin en su propósito de
desestabilizar a Europa es, antes que nadie, a Cameron
¿Cómo podía
saber Cameron que precisamente hacia el 23 de junio del 2016 iban a desatarse
las más grandes migraciones que conoce la historia europea? Por supuesto, no lo
sabía. Su error fue, por lo mismo, haber pospuesto su política hacia un tiempo
desconocido. Cameron, dicho en síntesis, sustituyó a la política por la
metapolítica. Y la metapolítica no es política. Es el más allá de la política.
En el exacto sentido de los griegos, para quienes la política está situada
siempre en el más acá y no en el más allá, Cameron sería uno de los idiotas
políticos más grande de nuestra era.
Para Javier
Marías, dos grandes idiotas (tontos, según su caligrafía) serían los españoles
Albert Rivera y Artur Mas. Del segundo catalán no nos ocuparemos ya que solo
tiene que ver con un tema provincial en la de por sí provinciana España.
Efectivamente, para Marías, como para el autor de estas líneas, Rivera es un
político que se caracteriza por haber hecho todo al revés de lo que debería
haber hecho.
Ciudadanos
(Cs) llegó a ser el partido más promisorio de España. Nacido en Cataluña
emprendió una marcha hacia el resto del país ocupando un campo abandonado por
el bi-partidismo: el centro político. El partido de Rivera y Arrimadas logró el
apoyo de los más insignes intelectuales, entre ellos el mismo Javier Marías,
agrupando a sectores académicos, a profesionales libres y a una juventud
cansada con los egoísmos mini-nacionalistas, con la corrupción descarada del PP
de Rajoy y con la demagogia irresponsable de los socialistas y Podemos.
Rivera, como
si hubiera querido acatar el rol que le endilgó Podemos, pasó a situarse, sin
que nadie lo exigiera, como una tercera derecha. Con ello abandonó el centro
que, ni corto ni perezoso fue ocupado por el PSOE. Para reforzar el error, no
dejó de insultar a Sánchez alejando así a sectores del PSOE que en un momento
parecían ser atraídos por Cs. Haber negado la sal y el agua a Sánchez llevó a
la ingobernabilidad del país y por lo mismo a la repetición de unas elecciones
que en España nadie quería repetir.
¿Cuál fue el
propósito de Rivera? Aparte de que, como el mismo ha demostrado, no es un
político de centro sino de genuina derecha, o de que nunca dejó de considerar a
Cs como una sucursal del PP, lo que arruinó a Cs fue la fantasía de Rivera por
constituirse en el líder de todas las derechas en contra del PSOE. Los
resultados de esa aventura están a la vista. PP ha subido su porcentaje
electoral de modo contundente, la nueva-antigua derecha post-franquista de VOX
está a punto de sobrepasar a Cs – según encuestas ya lo logró- y Cs es
sindicado por la opinión pública como el causante de la crisis política
española. Todo esto sin contar que, precisamente un partido erigido en baluarte
europeo en contra de los provincialismos mini-nacionalistas, terminó por desligarse
– ante el enfado de Macron- de una política europea estigmatizando como enemigo
principal al otro partido europeísta de la nación: el PSOE
En Rivera, la
metapolítica, ese morboso deseo de forzar a su partido a asumir posiciones
diferentes a las que había sustentado en el pasado, lo ha llevado a convertirse
-como ya ocurrió con Cameron- en el idiota más portentoso de España. Todos los
periódicos españoles ya lo señalan: Cs se hunde.
El idiotismo
no es por supuesto un mal político europeo. Mal que mal, herederos de tantos
hispánicos desvaríos, muchos políticos latinoamericanos han traspasado el que
fuera realismo mágico de la literatura al plano de las luchas políticas. Acto
muy bien recibido en un continente donde la lógica y la razón han sido puestas de
cabeza. Hay muchos ejemplos. Pero ninguno parece ser tan representativo como la
gesta liderada por Juan Guaidó en Venezuela.
La misma
aparición de Guaidó adquirió un formato mitológico. La juramentación del 23.01
fue un acto pleno de fervor religioso más que político. La triada donde en
primer lugar era puesto un acto insurreccional, sin que fueran precisados los
pasos para lograrlo, tuvo el carácter de un mandamiento el que todavía repiten
sus seguidores más incondicionales. En fin, Guaidó hizo su puesta en escena
como una aparición metapolítica.
El 23. 02, en
la frontera colombiana, Guaidó quiso hacer un milagro: convertir la entrega de
víveres en un acto revolucionario de masas, pese a las protestas airadas de la
Cruz Roja Internacional. Naturalmente, resultó un gran fiasco. Pero la debacle
de la línea Guaidó – si es que podemos llamarla línea – llegaría a su climax el
nefasto 30-A.
El 30- A fue
el día del máximo idiotismo de la política venezolana. Ese día Guaidó llamó a
las calles para que los manifestantes hicieran coro al gran acto insurreccional
imaginado por la fantasía desbocada de su superior político, Leopoldo López,
quien junto a los inefables extremistas María Corina Machado y Antonio Ledezma
ostenta el raro mérito de haber conducido a la fracasada y sangrienta Salida
del 2014.
El 30-A era
imposible separar a la fantasía del sainete. Las cámaras mostraban a Guaidó
repartiendo papelitos entre sus seguidores para que llevaran mensajes a los
militares. Luego Guaidó aparecería señalando que la operación falló solo por un
par de errores técnicos. La irresponsabilidad política alcanzó límites que si
no hubieran sido trágicos habrían sido risibles
En ese momento
para todos aquellos que seguimos las luchas democráticas de Venezuela, quedó
claro un punto: entre la abstención del 20-M que llevó a la aposición a
claudicar electoralmente frente a Maduro a pesar de contar con la mayoría
absoluta y el 30-A, hay una línea recta. La abstención opositora del 20-M iba a
crear el camino que debería culminar en la insurrección cívica militar. Ahí entendimos
también la intención del mantra que comienza con el cese de la usurpación. Las
elecciones libres puestas en tercer lugar iban a ser el corolario de la toma
militar del poder bajo la conducción de López y Guaidó.
El 30-A fue el
comienzo del descenso de ambos políticos. También de los partidos y dirigentes
que se prestaron para validar la farsa.
Gracias a la
línea López- Guaidó, a la que en sentido griego no podemos sino calificar de
idiota (metapolítica), Maduro y los suyos pueden dormir tranquilos. Guaidó,
incapaz de rectificar, sigue llamando al pueblo (como si el pueblo fuera
propiedad de una dirigencia) a hacer presión sin decir para qué. Aún después
del fracaso sus fieles continúan recitando el mantra como si fueran papagayos.
Aún Guaidó cree contar con una comunidad internacional que ya parece estar
extinguida. Y aún imagina que tiene todas las cartas sobre la mesa y continúa
nombrando embajadores sin embajadas, tribunales sin juicios, generales sin
ejércitos
Pocas veces,
quizás nunca, ha sido dilapidado un capital político tan grande en un tiempo
tan corto.
Guaidó tuvo
todo en sus manos para haber retomado una exitosa vía democrática,
constitucional, pacífica y electoral. Pero, hay que repetirlo, otros dirigentes
de la oposición son tan responsables del desastre como Guaidó y López. Fueron
ellos los que decidieron marchar en dirección contraria a todo lo que indica la
más elemental razón política. Como si fueran portadores de una pulsión suicida,
ya anuncian intentos para regalar la AN al régimen de Maduro en las
parlamentarias del 2020. Ellos y quien fuera ungido como el salvador de la
nación, ha terminado por enterrar la esperanza de cambio en el alma de muchos
venezolanos. La única salida, para algunos, es Maiquetía.
En días
recientes hemos visto como una oposición minoritaria, la boliviana, aún
sabiendo que no tenía la menor posibilidad de ganar las elecciones, concurrió
al evento electoral ilegítimo llamado por Evo. Gracias a esa decisión los
opositores bolivianos han logrado acorralar al régimen, denunciando los fraudes
cometidos. ¿Qué habría sucedido en Venezuela si una oposición altamente
mayoritaria como era (ya no me atrevo a escribir, es) hubiese retomado bajo la
batuta de un líder o de una dirigencia inteligente, la vía democrática, sin caer
en esas nefastas aventuras que conducen al más radical de los idiotismos?
Que cada uno
dé la respuesta que indique su razón política.
Digalo Ahi Digital
http://www.digaloahidigital.com/articulo/los-idiotas-david-cameron-albert-rivera-juan-guaidó
10 de Noviembre del 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario