El Estado asistencial ha
sufrido múltiples embates a lo largo de los últimos 40 años. Socialdemócrata o
demócrata cristiano, europeo o canadiense, latinoamericano —pocas veces— o
asiático —menos aún— la idea según la cual las desigualdades y las
incertidumbres inherentes a la economía de mercado y a las sociedades que de
ella se derivan deben ser proactivamente corregidas por el Estado es a la vez
resiliente —desde Bismarck— y vulnerable —desde Reagan y Thatcher. Hoy, el
Estado asistencial nacido en Europa occidental se encuentra debilitado por las
transformaciones del capitalismo moderno en los países ricos, y socavado por la
informalidad y la desesperación en los países de ingreso medio o francamente
pobres de América Latina.
Pero extraña y alentadoramente, su destino se juega
donde jamás ha jugado: en Estados Unidos.
No es que nunca haya
existido nada por el estilo en ese país. En los años 30, Roosevelt creó el
sistema de pensiones: lo que se llama Social Security. En los años 60, Johnson
fundó el seguro de salud para adultos mayores o para quienes se hallaban en la
pobreza: Medicare y Medicaid. Un programa de seguro de desempleo, mínimo y
breve, fue establecido entonces. La educación pública gratuita, hasta niveles
universitarios, surgió desde mediados del siglo XIX, con fuertes variaciones
Estado por Estado. Pero tanto del lado de la fiscalidad —con impuestos más
bajos que en Europa— como del gasto —prestaciones más exiguas o puramente
privadas— el welfare state estadounidense siempre dejó mucho que desear.
Por ello, resulta
novedoso que en la campaña por la candidatura del Partido Demócrata para las
elecciones del 2020, aspirantes susceptibles de ser postulados hayan enarbolado
la bandera de consumar la construcción del Estado asistencial norteamericano.
No todos en la misma medida: hay unos más centristas o prudentes que otros. Ni
es seguro que alguno de ellos pueda derrotar a Donald Trump, o en caso de
lograrlo, que ponga en práctica un programa con esas características. Pero por
primera vez desde la Gran Depresión y la presidencia de Roosevelt, candidatos
verosímiles proponen un proyecto social ambicioso, audaz y progresista.
Hasta ahora, estas
ofertas pertenecían más bien a los candidatos marginales o extremistas. Ya no.
La explicación es doble. De la misma manera que Trump representa de algún modo
una reacción extrema contra Obama, no tanto por sus políticas sino por su raza,
el giro a la izquierda del Partido Demócrata constituye la respuesta de
jóvenes, mujeres, afroamericanos y latinos contra Trump. Y por otro lado, la
creciente desigualdad en Estados Unidos, comprobada en libros y estadísticas
oficiales recientes, parece haber llegado a un límite.
Del lado del gasto, así
como de los ingresos, los principales contendientes demócratas han abrazado
propuestas que hace apenas cuatro años únicamente fueron suscritas por Bernie
Sanders. Si bien el senador socialista por Vermont obtuvo un importante caudal
de votos contra Hillary Clinton, era percibido como un político ubicado en la
extrema izquierda del espectro y sin ninguna representatividad, salvo en el
seno de la juventud universitaria activista. Hoy, sin embargo, casi todos sus
colegas prometen más o menos lo mismo que él sugería en 2016. El llamado Medicare
for all, es decir, un sistema de atención médica universal, de pagador único,
semejante al inglés, canadiense o español, figura en los programas de Sanders,
de Elizabeth Warren —la principal rival del puntero, el exvicepresidente Joe
Biden—, de Cory Booker, el senador por Nueva Jersey, de Julián Castro, de San
Antonio, y en alguna medida de Kamala Harris, la senadora por California. Todos
ellos proponen extender el sistema existente para adultos mayores y para los
indigentes a todos los norteamericanos, suprimiendo el mecanismo actual de
seguros privados pagados en parte por empleadores, o el Obamacare
complementario de 2009. Warren y Harris encierran buenas posibilidades de
ocupar un lugar —el primero o el segundo— en la boleta demócrata de 2020.
Pero lo más interesante
yace en la definición de sus rivales. Todos —el propio Biden; el alcalde Pete
Buttigieg; Beto O’Rourke, de Texas; la senadora Amy Klobuchar de Minnesota—
respaldan una doble opción: la privada para quienes la tienen, y Medicare para
los 20 millones que no cuentan con ella o que se encuentran insatisfechos con
el esquema privado. Ellos han entendido, al igual que los más radicales, que el
gran reto en materia de salud en Estados Unidos no reside únicamente en la
tragedia de los no asegurados, sino también en la magnitud de los deducibles y
de las primas de las pólizas privadas. Ello ha llevado a que los norteamericanos
gasten más que cualquier país rico en salud (como porcentaje del PIB) y tengan
la peor salud de los países ricos.
Un segundo tema del lado
del gasto involucra las guarderías para niños de tres a seis años, o incluso de
cero a tres años. Warren ha sido la más insistente en esta materia, pero sus
correligionarios también. Con el tránsito de una gran cantidad de mujeres a la
fuerza de trabajo, y con el leve incremento del número de hogares de un solo
jefe —a partir de niveles de por si elevados— la cuestión del child care se
vuelve decisivo. ¿Quién lo paga, suponiendo que fuera universal? La vieja
teoría del Estado asistencial sostiene que deben ser los contribuyentes, no los
usuarios. En un país plagado de hogares encabezados por mujeres solteras, y
donde a la vez la proporción de mujeres con empleos fuera del hogar crece de
maneara vertiginosa, la respuesta socialdemócrata es contundente. Deben pagar
los contribuyentes, no solo quienes se benefician del servicio pertinente.
Por ello, un segundo
punto —del lado del gasto— dentro del proyecto de construcción de un Estado
asistencial norteamericano como Dios manda, yace en la creación de un sistema
universal de ayuda a la niñez, por lo menos de los tres a los seis años. Existe
una gran cantidad de guarderías en Estados Unidos, pero o bien no son
accesibles por su costo a muchas familias, o no se encuentran en las zonas donde
habita el mayor número de madres solteras o emparejadas que trabajan fuera del
hogar, o los sueldos que se pagan a las encargadas de los centros infantiles
son tan mediocres que terminan siendo indeseables o inviables. Para concluir
esta rápida reseña convendría incluir propuestas otras varias versiones del
Estado asistencial como volver a la educación superior gratuita y condonar las
enormes deudas estudiantiles existentes (propuesta de Sanders y Warren), la
creación de un fondo a largo plazo para cada niño en situación de pobreza
(propuesta de Cory Booker), el regreso a políticas de afirmación afirmativa en
materia de créditos o avales hipotecarios para minorías y abrir el debate sobre
reparaciones para descendientes de esclavos de antes de 1863.
Del lado del gasto, lo
más innovador se halla en la respetabilidad que ha adquirido el impuesto sobre
riqueza o patrimonio, y el incremento significativo del impuesto sobre
herencias. Varios candidatos han propuesto reformas fiscales tendientes a
establecer un impuesto sobre el capital de 2%, por ejemplo, a partir de 50
millones de dólares, o de 1% desde 32 millones. Y de 8% a partir de 10.000
millones. Varios aspirantes sugieren no solo regresar a las tasas anteriores de
impuesto sobre las herencias, sino elevarlas. No es ninguna casualidad que los
principales asesores fiscales de algunos de los demócratas en liza sean
Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, colaboradores de Thomas Piketty, cuyo nuevo
libro, The Triumph of Injustice, seguramente causará furor en Estados Unidos.
Nada garantiza que un
promotor del nuevo Estado asistencial norteamericano obtenga la candidatura.
Tampoco que gane la presidencia o que logre poner en práctica su programa. Todo
indica que aun si un centrista como Biden abandera al Partido Demócrata, se
verá obligado a hacerse acompañar como vicepresidente por un “socialdemócrata”,
rodearse de un Gabinete análogo y emprender su campaña con una plataforma de
esta naturaleza. Incluso si no triunfa, se tratará de una transformación
profunda de la configuración política estadounidense, como no habíamos
atestiguado desde los años 30. De todos los cambios en curso en el mundo de
hoy, este tal vez resulte ser el más trascendente.
G miradas multiples
05 de Noviembre del 2019
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