Algunos dicen que tal como está la cosa, cualquier
cambio es positivo. Son por cierto los mismos que decían en el pasado que no
había nada peor que los adecos, que los copeyanos y después, obviamente que
Chávez.
Diría que hay tres escenarios: 1) Que el gobierno
logre preservar el poder, aunque el país siga por el barranco. En este
escenario, la crisis y la convulsión social continua, pero el gobierno esta
dispuesto a hacer lo que sea por mantenerse en pie.
La represión se acentúa e incluso puede incorporar
otros componentes de la FA con una llamada a luchar contra lo que calificarán
como insurgencia armada. Este sector militar, pese al estrés de tener que
actuar contra el pueblo, logra sostener una relativa unidad. El tiempo
deteriora la economía, pero también desgasta a la oposición, quien se muestra
confundida y agotada, encerrada en una batalla focalizada que pierde a diario
y, sin embargo, repite una y otra vez en el mismo lugar y de la misma forma.
Sin liderazgo concreto y visible, la protesta no termina de masificarse. El
gobierno atraviesa el vendaval y pasa la Constituyente, usándola para
desfenestrar a las instituciones que se le enfrentan y modificar los métodos de
elección de autoridades, para garantizar que la minoría revolucionaria se quede
en poder per secula seculorum.
El segundo escenario es la implosión con
negociación tutelada. Hay tres condiciones para elevar la probabilidad de
cambio. La primera es que se destaque un liderazgo que supere a los demás. Toma
decisiones, articula acciones, genera esperanzas y canaliza la energía hacia la
masificación de la protesta. Esa masificación es la segunda condición. Que el
país completo se muestre irreverente al poder y entonces no hay tanquetas, ni
lacrimógenas ni colectivos, ni fusiles suficientes. Se genera la
ingobernabilidad por protesta pacífica y eso conduce a la tercera condición. La
fractura del chavismo. A diferencia de la propuesta ilusa de “sacar al pueblo a
la calle, detrás de Juana de Arco desnuda por la calle, extasiada por un pueblo
que la adora y la sigue a Miraflores aunque muera a su paso”, esta acción
pacífica si entra en Miraflores y en la Defensoría y el TSJ y los Cuarteles,
pero no físicamente, sino a través de la división interna que aflora disidentes
que luchan ahora desde adentro. Entonces se produce la dinámica de un cambio
negociado. Los militares presionan el cambio para rescatar la estabilidad. Las
negociaciones de salida se dan para preservar la integridad de los actores
salientes. Se negocia la reestructuración de las instituciones, pero se
preservan cuotas de poder chavista y militar para cohabitar de manera
integrada. Y se decanta la negociación por un gobierno de transición en el que
no veremos a los líderes convencionales de la oposición, aunque se les abra la
oportunidad en el futuro.
Al primer escenario le otorgo un 45% de
probabilidad de ocurrencia y al segundo un 40% más. Ninguno de estos números es
bajo e indica el nivel de incertidumbre en el que estamos. Y usted dirá, pero
¿dónde está el otro 15%? Esa es la probabilidad de que en el medio de todo este
desastre que está viviendo el país, con un gobierno que no responde a las
necesidades del pueblo y una oposición formal que a veces se muestra perdida y
sin claridad sobre su propio objetivo y forma de lucha, se concrete alguno de
los movimientos conspiradores que suponemos (porque no sabemos) existen en el
entorno militar venezolano. Y entonces, para poner la guinda a la torta
del primitivismo en el que nos hemos sumido, se produce una ruptura y un
cambio, pero por la vía de un golpe de Estado militar, sin negociación ni
contemplación.
Algunos dicen que tal como está la cosa, cualquier
cambio es positivo. Son por cierto los mismos que decían en el pasado que no
había nada peor que los adecos, que los copeyanos y después, obviamente que
Chávez.
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