González
entendió que los electores le habían enviado una señal: querían un cambio
Una legislatura marcada por la crisis económica,
por la desorbitada cifra de parados y por la corrupción. Esta descripción no se
corresponde con la legislatura recién terminada sino con la que transcurrió
entre los años 1989 y 1993 bajo el tercer Gobierno socialista consecutivo
presidido por Felipe González.
El estallido de la burbuja inmobiliaria en Japón a
comienzos de la década de los noventa y la crisis petrolera derivada de la primera
Guerra del Golfo percutieron negativamente en la economía española. En el
último período del tercer mandato de González se inició una fuerte recesión
económica en nuestro país cuyo reflejo más evidente fue el aumento del
desempleo: en la Encuesta de Población Activa referida al primer trimestre de
1993 en España había más de tres millones de parados. La tasa de paro en ese
año se aproximaba al 24 %.
En plena crisis económica el PSOE se veía acosado
por escándalos de corrupción política: el “caso Juan Guerra” —la acusación de
enriquecimiento ilícito y de tráfico de influencias contra el hermano del
vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra—, el “caso Filesa” —financiación
ilegal del partido socialista— y el “caso Ibercorp” —la acusación de delito de fraude
a Hacienda contra el gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, nombrado
por el gobierno socialista—.
Tras tres elecciones consecutivas ganadas por
mayoría absoluta, el PSOE afrontaba los comicios de 1993 en su peor momento y
con una situación electoral caracterizada por una alta volatilidad —los sondeos
arrojaban un sustancial aumento de los apoyos electorales al Partido Popular—,
un elevado grado de competencia y, por tanto, una gran incertidumbre sobre el
resultado final: a una semana de la celebración de los comicios los sondeos
daban un empate técnicoentre PSOE y PP y un porcentaje
de indecisos superior al de ocasiones anteriores. Iban a ser las elecciones más
competidas y con un resultado más incierto de las celebradas hasta ese momento.
Con este panorama, la campaña y los debates electorales televisados que por
primera vez se celebraban en España entre los dos principales candidatos iban a
ser, probablemente, determinantes para movilizar al electorado. De la
participación electoral iban a depender, en gran medida, los resultados.
El paralelismo de aquella situación política con la
actual parece evidente. La primera legislatura de Mariano Rajoy —sustentada en
una amplia mayoría absoluta— ha estado marcada por la crisis económica, la
elevada tasa de paro —si bien ambas cuestiones se iniciaron antes— y por los
casos de corrupción. El ambiente político previo a las pasadas elecciones del
20 de Diciembre se ha caracterizado por la elevada volatilidad electoral
prevista (como así ha terminado siendo), por la gran competencia electoral
(sobre todo por la presencia de los dos nuevos partidos: Podemos y Ciudadanos),
por la incertidumbre del resultado final (ya se advertía que probablemente la
del 20D fuera la primera noche electoral en la que los españoles nos fuéramos a
la cama sin saber quién iba a ser nuestro próximo presidente del Gobierno) y
por el porcentaje deindecisos, superior al de ocasiones
anteriores. La campaña electoral y los debates se anticipaban, así, decisivos. Las coincidencias entre ambos
períodos llegan hasta a algunos de los eslóganes elegidos para las campañas
electorales. Si en 1993 el PSOE utilizó “Por el progreso de la mayoría”; en
estas se ha decidido por “Un futuro para la mayoría”.
Finalmente, el PSOE ganó aquellas elecciones de
1993. Después de 12 años consecutivos perdió la mayoría absoluta en el Congreso
de los Diputados (pasó de 175 es caños a 159, 16 menos) pero logró aumentar en
más de un millón los votos logrados en 1989 (gracias, en gran medida, a su
capacidad de movilización del electorado: la participación aumentó siete
puntos). Aquella madrugada electoral de 1993, y una vez conocidos los
resultados, Felipe González dejó unas frases para la historia electoral de
nuestro país: “Quiero que todos los ciudadanos sepan, que he entendido bien el
mensaje. Que sé que el triunfo debe ser tomado exactamente como un mensaje de
cambio sobre el cambio”.
Y aquí es donde estriba la mayor diferencia entre los dos períodos
descritos. A pesar de ganar las elecciones, a pesar de hacerlo con mayor número
de votos que en las dos elecciones precedentes, Felipe González entendió
perfectamente que los electores le habían enviado una señal inequívoca: querían
un cambio. En las elecciones del 20D el PP —que venía de lograr su mejor
resultado histórico en las elecciones de 2011— perdió más de tres millones y
medio de votos y 63 diputados. El PSOE —que hace cuatro años obtuvo su peor
resultado histórico— perdió en estas elecciones casi un millón y medio de
votantes y 20 escaños. Y dos partidos que por primera vez se presentaban a unas
elecciones generales han logrado, entre los dos, más de ocho millones y medio
de votos. Y sin embargo, ni Mariano Rajoy ni Pedro Sánchez han hecho la menor
autocrítica. ¿Habrán entendido el mensaje?
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