Hay una relación
inversamente proporcional al bienestar en la conformación de Cáritas —el brazo
institucional de la Iglesia Católica para atender a la población más vulnerable
—, tanto en el mundo como en Venezuela. Mientras más miserables son las condiciones
de vida de un país, más fortaleza, presencia y capacidades desarrolla Cáritas.
Su relevancia es visible en países como Haití y Guatemala. Pero también en
nuestro país que, a partir de 2014, cayó en el despeñadero en el que nos
encontramos.
Ciertamente, Cáritas era una
organización de bajo perfil, de escasa recordación diría un publicista, pero
empezó a crecer a raíz del deslave de Vargas en 1999. Hoy es una tabla de
salvación para muchos venezolanos acosados por el hambre y las enfermedades endémicas.
Es inquietante la extendida sombra que puede proyectar la ruina generalizada. Y
aquí cabe también un juego de palabras: en la emergencia humanitaria, Caritas
ha vivido su propia emergencia. Un cambio radical, una transformación a fondo.
Es la parábola que traza Janeth Márquez, su directora Ejecutiva desde hace 20
años. La organización que dirige tiene presencia en todo el país, a través de
34 Cáritas diocesanas, que a su vez repican en más de 500 parroquias de zonas
populares. Márquez, además, es socióloga, politóloga, con una maestría en
Planificación de la UCV.
¿A partir de qué año
empiezan a trabajar bajo el concepto de emergencia humanitaria compleja? ¿Es
algo que ustedes captaron? ¿Pudieron establecer una línea de tiempo? ¿Una
cronología del sufrimiento de la población venezolana?
A partir de 2014—2015,
empezamos a detectar la crisis. En las parroquias la gente decía que había un
marcado deterioro, que el dinero no alcanzaba para comer, que los niños se
desmayaban en las escuelas, en las que había, además, deserción estudiantil.
Nos preguntamos si esto eran simples anécdotas y nos propusimos recabar
información para saber qué estaba pasando y llegar a un diagnóstico. Mucha
gente hablaba incluso de hambruna. Nos empapamos de la literatura sobre todo lo
relacionado a la crisis humanitaria y buscamos información oficial.
¿Establecieron contacto con
sus pares de América Latina? ¿Se crearon redes con otras organizaciones?
Sí, empezamos a estudiar a
los países que enfrentaron una situación similar a la que hoy vivimos en
Venezuela. La gente de Guatemala, de Perú, nuestros hermanos de África, entre
otras cosas porque no queríamos inventar el agua tibia, no teníamos tiempo ni
financiamiento para eso. Nos dimos cuenta de que en Venezuela no se publicaban
cifras oficiales y sin cifras no se puede llegar a un diagnóstico. En 2016, a
partir de nuestro sistema para recaudar información, diseñamos una herramienta
de monitoreo que le sirviera a la Iglesia Católica. La alimentación fue nuestra
prioridad ese año y nos resultó de gran ayuda la experiencia de
Guatemala.
¿Qué arrojó ese primer
diagnostico?
Hace 25 años hicimos un
primer diagnóstico, pero lo dejamos de lado porque a partir de 2004, con las
misiones del expresidente Chávez, la situación alimentaria mejoró y la
desnutrición se redujo. Esa experiencia, para la cual nos habíamos formado, la
retomamos en 2014. Le aclaro que la intención no era hacer un diagnóstico que
pudiera ser equivalente al del Estado. La idea, repito, era diseñar una
herramienta que le sirviera a la Iglesia. ¿Qué arrojó ese diagnóstico?
Que la desnutrición había aumentado al ocho por ciento, cifra que en sí misma
es una señal de alarma. Ese informe se lo enviamos a diversas instituciones del
Estado —al Ministerio de Alimentación, a la Fiscalía General de la República, a
la Defensoría del Pueblo, entre otras— y dimos una rueda de prensa para alertar
a la sociedad civil. Mosca, porque si bien el número es preocupante, la
situación puede revertirse si no se aplican las políticas adecuadas. Nos
comprometimos a mantener el sistema de monitoreo por un año.
Ustedes empezaron por el
hambre, quizás porque las tres papas al día son vitales, pero a esta señal
temprana de la crisis se agregan las enfermedades endémicas y también el
descalabro de los servicios públicos en general, en especial el de salud y el
acceso al agua potable.
Aumentamos la muestra de
cuatro a 10 Estados, como parte de nuestra herramienta. A través del
monitoreo trimestral detectamos que la desnutrición aumentó al 10 por ciento,
indicador que marca el inicio de la crisis, incluso llegó al 15 por ciento.
Pero en 2018 volvió a bajar. Nos preguntamos qué factores incidirían, tanto en
forma negativa como positiva. Entre los primeros la escasez de alimentos
y el problema del agua que llegaba en forma espaciada, 10 días, luego 15 días,
incluso un mes. ¿Cuál era la estrategia de la gente? Hacer dos comidas para
ahorrarse una, beber el agua sin hervirla porque no había gas, y los enfermos
con una condición de base, como la hipertensión o la diabetes, abandonaron los
tratamientos.
¿Qué implicaba eso? Un deterioro generalizado de la salud de los
venezolanos que viven en los sectores populares. La migración también afectó
porque los padres se iban y al cabo de cuatro o cinco meses podían enviar una
remesa de 10 o 20 dólares. Hubo gente que ni siquiera pudo enviar
remesas.
Dijo que la desnutrición
llegó a 15 por ciento, pero que en algún momento de 2018 comenzó a bajar. ¿Qué
factores revirtieron esa tendencia?
Los bonos que dio el
gobierno, bonos asociados a los procesos electorales que se realizaron tanto en
2017 (Asamblea Nacional Constituyente, elecciones municipales) como en 2018
(elección presidencial). Las bolsas CLAP y las remesas se combinaron con los
bonos para que la desnutrición bajara al 10 por ciento, que sigue siendo el
indicador que marca la crisis de un país. Actualmente, la desnutrición se ubica
en 15 por ciento. La gente no tiene posibilidades de resolver su problema
alimentario, su problema de salud, su problema de agua o sus carencias
afectivas. ¿Qué causa todo eso? Un colapso en la familia.
Fotografía de Carolina
Cabral
¿Qué herramientas de
trabajo, procesos, mecanismos, implementaron ustedes para atender a la
gente?
La crisis cambió la vida de
nuestra organización, totalmente. Nuestra misión era capacitar a la gente,
incluso llegamos a crear microempresas. Ahora pasamos a proyectos
asistencialistas. Desarrollamos la olla comunitaria. Hay más de mil en todo el
país. Una sopa no resuelve el tema alimentario, pero nos permite ayudar y
acompañarlos a los venezolanos más vulnerables. Pese a la prohibición legal,
empezamos a desarrollar bancos de medicamentos. Hay más de 100 en toda
Venezuela. ¿Qué podíamos hacer ante la escasez de medicamentos o ante la
incapacidad de que los puedan comprar? Establecimos vínculos con Cáritas de
España, de Italia y de otros países, para que los hipertensos, los diabéticos,
pudieran seguir con sus tratamientos.
¿Qué hicieron en el plano
organización, gerencial, administrativo? No sería descabellado pensar que la
emergencia exigió, hasta un punto desconocido, sus capacidades
En todo el país nuestro
personal era de 20 personas contratadas que contaban con el apoyo de un
voluntariado numeroso. En estos momentos cada Cáritas diocesana tiene entre 10
y 15 personas contratadas. En el plano institucional, hemos desarrollado
capacidades que no nos corresponden. Ahora somos nutricionistas, somos
farmaceutas, a veces me pregunto: ¿Para qué tantos talleres si nosotros no
queremos tener farmacias? Esto es por la emergencia, que en teoría debería
durar hasta un año, una vez superada, volveríamos a nuestra misión para la que
fui contratada: desarrollar proyectos, monitorear indicadores sociales y crear
microempresas. Pero son tres años pesando niños, repartiendo medicamentos. Tres
años que no salimos de esta emergencia.
¿
Ustedes prácticamente
abandonaron la misión inicial?
Nos estamos dedicando a lo
que hicimos en la tragedia de Vargas. Durante seis meses ayudamos con la
alimentación, con el agua, pero transcurrido ese lapso, la gente empezó a
incorporarse a su barrio. Y nosotros volvimos hacer lo nuestro. Pero hoy es muy
diferente. Le repito, llevo tres años ayudando en el tema de la alimentación,
tres años pesando niños, tres años repartiendo medicamentos.
¿La emergencia humanitaria
representa una prueba de estrés para ustedes?
Sí, hemos incorporado a
nuestros procesos lo que llamamos el cuidado de los cuidadores. Nada que ver
con Vargas, donde nuestro personal no era el afectado por la tragedia. Hoy la situación
es muy distinta. Tenemos gente cuyos hijos están desnutridos o están fuera del
país o no tienen los medicamentos. El 96 por ciento del personal se encuentra
afectado por la crisis. El horario es de siete días a la semana a cualquier
hora. Hemos incorporado a los indigentes a las ollas comunitarias. Es una
población difícil, diferente. Aquí llega muchísima gente con temas de
depresión, gente que se quiere suicidar y busca una palabra de aliento.
Pacientes que necesitan ser operados. Si acaso dos de cada cien tienen
posibilidad de que lo operen en una clínica. Eso significa que se van de aquí
pensando que se va a deteriorar, que se va a morir dentro de poco, que sólo un
milagro los puede ayudar. Toda esa carga emocional hay que trabajarla con nuestra
gente.
Hay que decirlo, ¿No? Este
país enferma.
Enferma. Nosotros recibimos
llamadas de gente con edades entre 45 y 50 años, que tienen capacidad
productiva y quieren morirse. O gente que se quiere suicidar porque los hijos
se fueron. Hoy día, hay toda una población que depende de otro para vivir, así
trabaje. Y eso hay gente que no lo aguanta, que no lo soporta. Pasan la línea,
se vuelven depresivos, se suicidan. Nunca habíamos visto ese tipo de casos en
Venezuela, así como tampoco casos de trata. Madres que han venido a denunciar
que a sus hijas se las han llevado para la trata. Grupos del crimen organizado
que se las llevan a Trinidad donde las convierten en esclavas sexuales. Nunca
habíamos lidiado con eso.
El hecho de que la crisis
humanitaria se haya normalizado, con todo lo que eso implica, nos vuelve
inmunes ante esa realidad. Asumimos que es lo que nos toca vivir.
Hemos visto tres formas de
comportamiento. Uno, gente que piensa que la crisis llegó para quedarse y que
por tanto hay que sobrevivir como sea, vendiendo gasolina, bachaqueando,
haciendo no uno sino 10 tigres. Dos, gente a quien se le metió en la cabeza la
idea de que se tiene que ir del país, me tengo que ir, me tengo que ir,
aunque sean personas muy pobres que no tienen posibilidad alguna de hacerlo.
Tres, gente que trata de sacar provecho de esto como sea. Nos estamos viendo de
otra forma. Si un muchacho no va a la escuela… total, para qué, si aquí no hay
trabajo. La gente se prepara para sobrevivir el día a día. Hasta allí llegan
las expectativas.
Si la gente piensa que la
crisis llegó para quedarse, ¿Por qué habría de sorprendernos el conformismo?
Ahora todos nos critican,
dentro y fuera del país. Es que ustedes eran ricos, es que ustedes comían
bien. Pensemos por un momento que lo que teníamos era… ¡Demasiado! Pero lo que
tenemos hoy ni de cerca es una vida normal. Hacia allá tenemos que avanzar,
tenemos que intentarlo, dale pa’allá. A la cooperación internacional le
hemos dicho: Tenemos que ayudar a la gente, pero bajemos un poco en las
ollas comunitarias, en los comedores, y hagamos más énfasis en proyectos que
tengan que ver con medios de vida. Cáritas ha criticado los programas
asistencialistas del gobierno, entonces, ¿Vamos a hacer algo parecido? ¿Qué es
lo que hemos visto? A nuestros migrantes que en Trujillo no pueden comer, y
pasan la frontera, ¿Pero cómo puedes vivir en una plaza, en una carpa durante
tres años? Ah, porque me dan las tres papas. Al final, la gente se vuelve
robots. ¿Y cuando no haya cooperación internacional? Porque eso no va a durar
toda la vida.
Fotografía de Carolina
Cabral
Lo otro es que si tengo que
robar, robo; si me puedo aprovechar del vecino, lo hago; si me tengo que
prostituir, no lo pienso dos veces.
Eso está estudiado. En las
crisis empiezas a desarrollar estrategias, ya mencionamos algunas. Haces lo que
puedes, emigras, vendes algo de valor, ¿Qué viene después? La degradación
moral. Lo estamos viendo en estos momentos. La mamá que está preparando a su
hija de ocho años o al niño que lo pasa a la guerrilla o a un trabajo
esclavizante. Y lo ven normal.
Esa degradación aumenta en la misma medida en
que lo hace la crisis. Por eso hablamos de las estrategias y si no resuelves la
crisis en un año vas a llegar a las estrategias de degradación. Y eso es lo que
estamos empezando a ver en Venezuela. Si voy a conseguir algo dando la
información de que el apartamento de mi vecino está vacío, a mí no me importa.
Si fuimos amigos, si coincidimos en el mismo bando político, no me importa,
siempre y cuando pueda conseguir algo, empiezo a vender al hermano, al tío. Eso
pasó en Cuba. ¿Qué quieres que haga? Yo tengo que sobrevivir, yo tengo que
darle de comer a mis hijos.
Esa degradación tiene además
una dimensión social.
Las obras sociales,
las iglesias eran muy respetadas en Venezuela, así como los servicios médicos y
las escuelas, precisamente porque estaban al servicio de las comunidades. Pero
ya hay cosas que no se respetan, pueden robar una iglesia, como pueden robar
una escuela, pueden venir a aquí a robar. ¿Y cómo pueden hacerlo si aquí
tenemos una olla comunitaria, si aquí ayudamos a la gente? Hemos llegado a ese
punto de degradación.
¿Qué implicaciones pudiera
tener para la sociedad venezolana que la crisis humanitaria se vuelva
permanente?
Sería la destrucción total
de las instituciones fundamentales, empezando por la familia. Aquí se han
perdido muchas cosas. Si ves las escuelas, por ejemplo, no se han incorporado
ni el 50 por ciento de los alumnos y de los maestros. Papas, tíos, muchachos de
Chamba Juvenil impartiendo clases. Es una destrucción total de la educación. Si
ves la administración pública, los equipos son de hace 20 años y a las puertas
lo que encuentras es un cementerio de carros. Tierra de nadie, pero con una
grandes burbujas, porque si vas a un club privado o puedes pagar un restaurante
o un bodegón, seguramente te haces la pregunta:
¿Realmente Venezuela está en
crisis? Hay una gran brecha entre la realidad y la percepción que pudiéramos
tener de ella. Pero sal de esas burbujas: ¿Y qué vas a ver? Una destrucción
total de cosas. De los hospitales, ni se diga. La Organización Panamericana de
la Salud dice que hay mejoras y yo se lo creo, pero son puntuales. ¿Qué significa?
Que llegaron insumos para dos meses. ¿Y después qué? Vacunaron hasta agosto,
pero esos niños necesitan la segunda y la tercera dosis, la vacunación tiene
que ser permanente. ¿Y si no es así, qué pasa? Que por ahí se cuela una
epidemia. Hay mejoras para reducir la emergencia, pero no para que vivamos en
un país normal.
Cuando le oyó decir al
representante del Estado venezolano en Bruselas que aquí no había una crisis
humanitaria,
¿Qué pensó? ¿Qué fue lo primero que le vino a la mente?
Cualquier representante del
Estado que vaya a un organismo internacional se aprendió el libreto. Coinciden
en que aquí no hay crisis y si hay problemas se deben a las sanciones.
Entonces, ellos se aprenden el libreto y lo van diciendo en todos lados donde
van. Es una ofensa porque están negando lo que está viviendo toda una
población. Gente que está muriendo, pero no se sabe, porque aquí no hay cifras.
Están pasando cosas que no se visibilizan. Aquí fallece una persona en un
hospital y no ponen la causa de muerte. Tenemos tuberculosis, tenemos paludismo
y eso no se está evidenciando. Ni siquiera las redes sociales se están haciendo
eco de lo que nos está ocurriendo.
Prodavinci
05 de Noviembre del 2019
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