Imagen: Raymond Aron
Desde aquí podemos dar por concluida la reflexión sobre
el mito de la izquierda que hemos realizado junto con el francés
Raymond Aron, un mito político que permitió manipular la historia y
los símbolos para construir una identidad política en Francia, y que en
Venezuela también se supo sacar provecho de ello.
En la segunda conversación tratamos la trascendencia de
la díada izquierda-derecha, la cual aún pervive, ello como muestra de una
cristalización cultural y política hecha desde Francia, la cual se plasmó en el
lenguaje político de Occidente, definiendo así el posicionamiento asumido ante
determinados valores, tales como la igualdad y la libertad.
Asimismo emergió el
asunto de las universidades, espacios donde en ciertos casos germinó y se
difundió el opio marxista de los intelectuales, y aún lo hace,
dando la posibilidad de enhebrar redes de complicidades que sin problema alguno
pueden plegarse al círculo del totalitarismo, en donde la absolutización del
poder no encuentra espacio ni para la izquierda ni la derecha, tal como
analizamos con Aron respecto al socialismo del siglo XXI de Venezuela.
Tales conversaciones progresivamente fueron problematizando
tanto al intelectual y la universidad. Pero la última conversación dejaba en
suspenso la cuestión del Estado, en donde tanto intelectuales y universidades
son entidades interdependientes del primero, especialmente los intelectuales,
según el liberal Hans-Hermann Hoppe[1], por lo que respondiendo a la exhortación
de este último autor, en esta conversación dejamos de lado la “pereza
intelectual” de pensar el Estado, y en nuestro caso, en relación a los mitos
políticos.
Aseverar que en el contexto intelectual venezolano no se
ha reflexionado sobre el Estado sería algo injusto, por lo menos eso lo
reprocharían quienes han trabajado arduamente en torno al petro-Estado,
tal como lo hizo el antropólogo Fernando Coronil, quien también trató una serie
de mitos que configuraron al Estado Mágico. Pero así como desde su
perspectiva redimensionó la cuestión del Estado, ello también lo sesgó en
considerar otros mitos aparte de los mitos del “progreso” y el del “libre
mercado”, sin tratar en ningún momento el mito de “la” izquierda, el mito
del “salvador nacional” o el mito de la revolución, con lo que se
contentó en solo referir vagamente al “mito del chavismo”[2].
Esta pormenorización de alguno de los mitos a
los que hemos referido no es exclusivo de Fernando Coronil. Por lo menos lo que
respecta al mito de la izquierda, tal subestimación también fue
manifestado por el semiólogo, Roland Barthes, dado que según el autor:
“…la izquierda se define siempre en relación al
oprimido, proletario o colonizado.25 Pues bien, el habla del oprimido es
necesariamente pobre, monótona, inmediata: su indigencia es la medida exacta de
su lenguaje; sólo tiene uno, siempre el mismo, el de sus actos; el metalenguaje
es un lujo, al que tampoco puede acceder.”[3]
Y por esta razón, sigue el autor, el mito de
la izquierda no llega al mismo nivel de sofisticación que los mitos
“burgueses”. Pero con todo, parcialmente compartimos lo sostenido por el
referido francés, dado que ciertamente, la izquierda a tenido tal asociación, y
de allí su inclinación hacia la igualdad, la propiedad colectiva, la justicia
social y especialmente el amor, por ello que Raymond Aron diga que: “La única
izquierda, siempre fiel a sí misma, es la que invoca no la libertad o la
igualdad, sino la fraternidad, es decir, el amor.”[4]
No obstante, quienes construyen el mito de la
izquierda no necesariamente son los pobres, oprimidos y marginados, sino
los intelectuales, de allí que el nivel de sofisticación del mito de
la izquierdano sea algo de subestimar, dado que su metalenguaje histórico puede
engarzarse con otros mitos, tal como el mito del “salvador nacional”,
proceso que se da por una manipulación simbólica. Este procedimiento adquirió
tintes militaristas a finales de los 90’ en Venezuela, cuando ganó las
elecciones presidenciales el golpista, Hugo Chávez Fría, lo que significó la
concreción de una serie de procedimiento simbólicos y discursivos donde se
articularon tales mitos políticos.
Pero una cosa es el mito de la izquierda antes
de alcanzar el poder y otra después de haberlo alcanzado, dado que ahora la
tarea consiste en desplegar procedimiento de ocultamiento, y entre ellos esta
esconder la frivolidad inherente de la igualdad marxista, tal como lo notó
Raymond Aron: “Retrospectivamente se canta la belleza de los lazos personales,
se exaltan las virtudes de la fidelidad y la lealtad, oponiéndolas a la
frialdad de las relaciones entre los individuos, teóricamente, iguales.”[5]
Por consiguiente, la desigualdad no necesariamente
tiene que ser algo negativo, tal como sugestivamente refiere el mito de la
izquierda al aludir a la persistencia de la dialéctica entre ricos y
pobres, lo que supondría afirmar que “… la misma dialéctica que marcó el paso
de la antigua Francia a la sociedad burguesa, se reproduce, agravada, en el
paso del capitalismo al socialismo.”[6]
Por ello que para la izquierda anticapitalista y
antiimperialista: “Los hombres de los trusts ofrecen la imagen moderna del
señor que oprime a los simples mortales y burla el interés público.”[7]
Esta valorización de la desigualdad que hace el mito
de la izquierda refiere a un aspecto inherente al lenguaje marxista, la
susodicha dialéctica operativiza la institucionalizada estructura del enemigo,
pero que momentáneamente pierde validez cuando una vez alcanzado el poder,
defrauda las expectativas que despertó, demostrando al final que con la
consigna de reforma o revolución, lo único que hubo fue “…que la izquierda no
representaba la libertad contra el Poder o el pueblo contra los privilegiados,
sino un Poder contra otro, una clase privilegiada contra otra.”[8]
En consecuencia, la metafísica revolucionaria tiene
que ser renovada por la fuerza ante la falta de operatividad del mito de
la izquierda, y entonces en el cambio de una minoría gobernante por otra: “La
consigna “organización” substituye o se agrega a la consigna “liberación”.”[9]
Y es así que el total despliegue del
Estado resulta: “La solución aplicada por los partidos de izquierda [que] no ha
consistido en disolver los trusts, sino en transferir al Estado el control de
ciertas ramas de la industria o de ciertas empresas desmesuradas.”[10]
Y con ello el opio intelectual impide apreciar
la incipiente capacidad de totalización del Estado, sin considerar que: “…la
nacionalización no suprime, sino que a menudo acentúa los inconvenientes
económicos del gigantismo.”[11]
Con ello se logra quitarle poder político a las grandes
industrias, pero con un coste elevado, al cual Aron refiere que: “Cuando el
Estado permanece democrático se arriesga a ser, a la vez, extenso y débil.”[12]
De tal modo que con esa dialéctica del mito de la
izquierda, lo único que se intercambia es democracia por estatismo, y lo que en
realidad ocurre es que “Las reformas de la izquierda concluyen por modificar la
repartición del poder entre los privilegiados, no elevan al pobre ni al débil,
no disminuyen al rico ni al fuerte.”[13]
Ante tal fraude, las demandas populares se acentúan, y la
tensión social aumenta, obligando a tomar decisiones: o se renuncia al poder o
se muere en el. Si se toma ésta última opción, el Estado deja de ser garante
para convertirse en aniquilador de individualidades, y de tal modo la izquierda
gobernante busca su manera de imponer la igualdad a su modo, y es así que “…el
sistema de distribución yuxtapone gigantes y enanos…” –y en consecuencia– ” “Millones
de personas pueden vivir fuera del Estado. La generalización de la jerarquía
técnico-burocrática significaría la liquidación de esta complejidad, ningún
individuo estaría ya sometido a otro particular; como tal, todos quedarían
sometidos al Estado.”[14]
Por ello que personas que han podido escapar de estas
realidades totalitarias del comunismo y el socialismo concluyan que sus vidas
llegaron a ser: “…lógicamente una esclavitud espiritual y material, a la cual
queda sometido todo el resto de la población.”[15]
Y a esa realidad ha llegado Venezuela, en donde las
alianzas entre disidencia oficialista (“chavismo crítico o democrático”) y la
oposición (MUD) se han dado, sin problema alguno, lo que ha terminado ser una
alianza destructiva, ya que grupos que anteriormente estuvieron en contienda,
ahora entran en un punto de coincidencia, tal como apreció Aron desde su
experiencia; “…los socialistas tienen tendencia a concordar con los
contrarrevolucionarios en la crítica del individualismo.”[16]
Y es allí donde chavistas y
“guadilovers” confluyen al condenar la autonomía de todo
pensamiento crítico,
que para ambos lados, no les deja de resultar sumamente sospechoso.
A modo de conclusión, tal como identifica Aron, el
engranaje simbólico del mito de la izquierda se sostiene por tres
valores: la libertad, la organización y la igualdad[17],
y así también podríamos complementar
con una idea de, R. Barthes: “…el mito no oculta nada: su función es la de
deformar, no la de hacer desaparecer.”
[18] De allí que lo esencial del mito
de la izquierda sea deformar tales valores, y por tal razón Raymond Aron
advierte:
“La izquierda se esfuerza por liberar al individuo de las
servidumbres próximas; [lo que] podría concluir por allanarlo a la servidumbre,
lejana en derecho, omnipresente de hecho, de la administración pública.”[19]
Y eso fue lo que ocurrió en Venezuela, en donde al cierre
del siglo XX se creyó que esa izquierda guerrillera radical estaba
muerta, pero lo que resultó fue que esa izquierda “eterna” encontró en los
medios democráticos los medios para alcanzar el poder, pudiendo así disponer
del Estado para erradicar la pobreza y la desigualdad mediante el uso de la
fuerza, y en ello radica lo perjudicial del mito de la izquierda, la
instrumentalización del Estado refiere al carácter justiciero que define al
“mito del chavismo”[20].
Lo tratado hasta ahora, ha abordado el uso del mito
de la izquierda antes y después del poder, cuya adaptabilidad concede un
espacio de apertura para articularse con otros mitos.
La cuestión crucial es la distorsión tan importante que
hace de la concepción de la desigualdad, y los males que pueden derivar de
ella, dado que tal mito de la izquierda es solo una expresión del
sesgo causado por el opio marxista de los intelectuales, entorpeciendo así la
comprensión de que “No hay progreso indefinido en la dirección de la igualdad
de ingresos.”[21]
Tal como ha planteado en años
reciente el francés, Thomas Piketty, en su obra El capital en el siglo XXI,
justificando desde el opio marxista la intervención del Estado en el
plano fiscal, obviando que “…cada tipo de régimen tolera sólo una cierta dosis
de igualdad económica.” –por lo que– “Puede suprimirse un tipo de desigualdad,
ligado a un cierto modo de funcionamiento de la economía, pero automáticamente
se reconstruye otro. Recompensar a los más activos, a los mejor dotados, es
igualmente justo y probablemente necesario para el acrecentamiento de la
producción.”[22]
En un amplio sentido el mito de la izquierda encuentra
posibilidad de articulación con otros mitos dado a la moral altruista que lo
sostiene, de allí que tanto el mito del “salvador nacional” o el
mito de la revoluciónsirvan para construir una identidad de amplio alcance,
irrumpir sobre las individualidades e imponer una visión unilateral de la
historia. Por tal razón Arón nos dice que “El mito de la izquierda crea la
ilusión de que el movimiento histórico, orientado hacia un fin feliz, acumula
las adquisiciones de cada generación.”[23]
Y allí reside el peligro del
desdoblamiento que hace el mito de la izquierda, disocia pensamiento y
realidad, haciendo creer que: “…imaginar una continuidad ficticia, como si el
porvenir siempre valiera más que el pasado…”[24]
A partir de esas concepciones milenaristas y mesiánicas
que promueven ciertos mitos políticos, ellos van abonando el terreno para
la instauración de regímenes autoritarios y totalitarios. Aquellos quienes
sucumben al opio marxista de los intelectuales, quienes aceptan
irrefutablemente la “lógica” del mito de la izquierda, son hombres que
“…cometen el error de reclamar, para ciertos mecanismos, un prestigio que, en
justicia, pertenece sólo a las ideas: propiedad colectiva o método de ocupación
plena deben ser juzgados por su eficacia, no por la inspiración moral de sus
partidarios.”[25]
Y en consecuencia, por las especificidades propias
del mito de la izquierda, a partir de tal manipulación simbólica puede
darse el inicio para socavar democracias a partir de las masas, tal como
recuerda Aron al referirse a las ideas de Tocqueville, que por su impaciencia
ante la “lentitud” de las instituciones representativas, los pobres y
marginados llegan a cuestionar “el sentido de la libertad, originariamente
aristocrático”[26], incluso para sacrificarla en su
totalidad en nombre de esa frívola igualdad.
Referencias
[1] “Reflexiones
sobre el Origen y la estabilidad del Estado”. Documento presentado en la
3ª reunión anual de la Sociedad Propiedad y Libertad,llevada a cobo en Bodrum,
Turquía, del 22 al 26 de mayo de 2008.
[2] Tal
tratamiento fue hecho en el prologo de su obra traducida al español: Fernando
Coronl El Estado Mágico, Nueva Sociedad, 2 ed, Caracas, Consejo de
Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela,
2002.
[15] W.
Drabovitch: Fragilidad de la Libertad y Seducción de las dictaduras. Santiago
de Chile: Zig-Zag, [¿1935?]. p. 149.
[20] Fernando
Coronl El Estado Mágico, Nueva Sociedad, 2 ed, Caracas, Consejo de
Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela,
2002.
Ideas en Libertad
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