La vida de un docente ilustra
cómo se ha extendido la escasez en Venezuela
José Ibarra se sentó en la acera,
lloró de rabia, se levantó, apuntó hacia los pies y publicó un tuit. Este profesor de 42 años imparte clases de
Trabajo Social en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y camina kilómetros
todos los días para llegar a su departamento, en la Ciudad Universitaria de
Caracas. Hace un año sus zapatos desgarrados se convirtieron en símbolo del
deterioro del sector público y, al mismo tiempo, de la dignidad de un colectivo
que trata de resistir ante la feroz crisis
económica.
“En ese momento tenía cuatro
pares, pero tres ya estaban muy rotos. Esos los estaba usando porque terminé
siendo padrino de promoción y quería ir bien representado”, explica sentado en
su despacho, en la segunda planta de un edificio que acaba de sufrir una
inundación y una plaga de hongos. De repente, Ibarra, que ya estaba utilizando
esos zapatos a diario, se dio cuenta de que las suelas comenzaban a romperse.
“En ese momento [antes de la reconversión monetaria que, en sustancia,
consistió en eliminar unos ceros] reparar un par de zapatos eran 20 millones de
bolívares”. Su sueldo representaba menos de la tercera parte de esa cantidad.
Hoy acaba de cobrar una quincena de 60.000, unos cinco dólares en el mercado
negro.
No me da
pena decirlo: con estos zapatos me traslado a la #UCV a dar
clase. Mi sueldo como profesor universitario no me alcanza para pagar el cambio
de suela pues sale en 20 millones pic.twitter.com/jZP5rDxYVV
Una vez hecha la foto, decidió
publicarla en Twitter como “forma de protesta”. “No me da pena decirlo: con estos
zapatos me traslado a la #UCV a dar clase. Mi sueldo como profesor
universitario no me alcanza para pagar el cambio de suela pues sale en 20
millones”, escribió. “El docente venezolano, por tener cierto estatus,
pareciera que no sufre la crisis”, comenta. Desde ese momento, recibió varias
donaciones.
Ahora, como la inmensa mayoría de
sus colegas, sigue luchando
contra la penuria en un país donde ya no hay problemas de desabastecimiento en los
comercios y en los mercados, pero las neveras de millones de familias están
casi vacías. La hiperinflación
galopante y la
devaluación del dólar, divisa que de facto determina los precios de los
productos, han establecido un sistema insostenible. “Cuando es el día de la
quincena [bono] me doy un paseíto por Catia (un sector popular de la capital),
por el mercado, y me doy cuenta de que los precios de los alimentos comienzan a
aumentar. Entonces, con 60.000 bolívares, ¿qué compro? Y así está la mayoría de
los profesores. Hay docentes que necesitan medicinas, un antibiótico te cuesta
más de 40.000 bolívares”, relata. “Eso sucede con el docente venezolano, que
muchos están buscando trabajos fuera para complementar un poco ese sueldo. Ya
dentro de poco nos cae el bono vacacional (unos 30 euros). Tienes que pagar el
colegio de los chamos, comprar los útiles escolares, el uniforme, en el caso de
los que no tenemos hijos, empiezas a sacar cuentas: bueno, tengo años que yo no
me compro un pantalón”, reflexiona. “Yo quiero quedarme en Venezuela. Creo
todavía que en este país podemos recuperarnos y hacer grandes cosas, pero hay
días que no me quiero levantar de la cama”, prosigue este profesor.
Como en el caso de Ibarra, la
vocación también es el sentimiento que prevalece en la rutina de Yasmine
Sánchez, maestra en un colegio. E igual que Ibarra, esta docente casi se excusa
por sus zapatos desgastados. Mientras espera el metro en la estación de
Antímano —que en torno a las 12.30 pasa cada 10 o 15 minutos—, asegura que
sigue dando clases porque le gusta su trabajo.
No hay, probablemente, nada más
fuerte en la fragilísima arquitectura de los servicios venezolanos y es lo que
permite que sigan existiendo.
Tampoco tiene dudas sobre su
futuro Leidy Nobile, 30 años, secretaria del departamento de Química de la
Universidad Simón Bolívar. Ella, sin embargo, no aguanta más, vive lejos y
pierde dinero por ir a trabajar. “He tenido que conseguir dinero por otros
medios para poder financiar el pago del transporte público para llegar aquí”,
asegura. Unos días más y, después de las vacaciones, no volverá. “Estos últimos
tres años han sido muy graves para los trabajadores de la universidad y nuestra
calidad de vida se ha ido desmejorando. Antes tenía carro, ya lo perdí. Nos
colocaron un seguro que no funciona. Tú vas a cualquier centro clínico y no te
van a atender”, apunta.
“Estoy averiguando a ver si me
voy del país, pero es muy difícil, tengo dos niños pequeños. Si no, estaré
buscando otras áreas”, continúa. Mientras, ha dedicado sus esfuerzos a criar
perros de raza, “aunque el costo de los alimentos ha ido mermando este
negocio”.
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Caracas 28 JUL 2019 - 03:05 CEST
Foto principal: El profesor universitario José Ibarra publicó en las redes sociales los zapatos gastados con los que asiste a dar clases en Caracas. TWITTER
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