A pesar de
ciertas vacilaciones, propias de un país en el que hay cada vez menos certezas
y en el que casi todo pareciera ocurrencia de última hora, hace tres semanas
arrancó la temporada de béisbol, según manda una tradición iniciada hace
setenta y dos años, cuando un pequeño grupo de empresarios fundo, un 27 de
diciembre, en los altos del cine Capitolio, la liga de béisbol profesional.
Cuatro años
antes, el Presidente Isaías Medina Angarita había declarado como fiesta
nacional el día en que Venezuela ganó en La Habana, el Campeonato Mundial. Así,
el béisbol tomó para siempre, el titulo de pasatiempo nacional y, como ya lo he
escrito alguna vez, quedó sancionado como nuestro deporte oficial, el que nos
vuelve a todos devotos de una religión laica, capaz de juntarnos (¿no es esa,
dicen los que sabe, la función de las religiones?), como casi nunca ocurre por
estos días, tan marcados por el desacomodo y el conflicto. Quedó, así pues,
como el juego que nos envuelve a casi todos y nos hace fanáticos de algún
equipo, no importa no hayan pisado un estadio, y nos abastece de palabras y
frases, imprescindibles para contarnos y explicarnos la vida. En fin, estamos
“Hechos de Beisbol”, de acuerdo al excelente resumen sociológico propagado hace
algunos años en la cuña de un refresco.
Por estos días
he estado releyendo una recopilación de artículos de José Ignacio Cabrujas, uno
de los intelectuales más importantes de la Venezuela reciente. Tengo para mí
que desde su afán literario supo interpretar al país, arrimando claves
importantes que ayudan a entenderlo. Su “mientras tanto y por si acaso” me
pareció, en este sentido, una explicación ingeniosa y profunda para
desentrañarlo desde su condición minera. En estos tiempos de confusión y
enredos, en los que el país se “desnortió”, como diría Cantinflas y semeja
encontrarse siempre en transición, quien sabe hacia dónde, no hay duda de que
hace mucha falta su juicio agudo, envidiablemente bien escrito, siempre
ocurrente, atrevido y honesto.
Algo que tal vez
se sepa menos es que Cabrujas era fanático del béisbol y seguidor de los
Tiburones de La Guaira. En algún momento le preguntaron: ¿Y por qué no de
Leones o Navegantes del Magallanes. "Porque estoy acostumbrado a las
minorías", dijo. "Jamás cruzó por mi cabeza la idea de pertenecer al
partido Acción Democrática que es como pertenecer al Caracas, o al partido
socialcristiano Copei que es como pertenecer al Magallanes, prefiriendo por el
contrario mi inscripción y el agobio consecuente en el casi extinto Partido Comunista
de Venezuela, que era como pertenecer al Deportivo Vargas".
A mediados de
1995, tras nueve años sin que su divisa pudiera obtener el campeonato y cuando
ya la famosa “guerrilla guaireña” era apenas un vago recuerdo, le envió una
carta a Pedro Padrón Panza, dueño del equipo, informándole que se separaba de
las filas escualas y se dedicaría a mirar los toros desde la barrera, muy de
lejitos y hasta de soslayo, sin angustias ni sudores, ni tampoco emociones
mayores de esas que zarandean al corazón de un fanático. Adicionalmente,
indicaba que “Los Tiburones no llagaban ni a boquerones”, que eran como Unión
Republicana Democrática (URD), un partido político que siempre terciaba en las
elecciones presidenciales a sabiendas de que no podía ganar, ni siquiera alcanzar
una votación mínimamente decente, comparación ésta que resultaba desmedida y
casi sacrílega entre nosotros, los hinchas del bando guaireño, pero que
se la perdonábamos porque, al fin y al cabo, Cabrujas era Cabrujas.
“Se me ha ido en
esta carta, señor Padrón, lo que es la vida, una última militancia. Ya no soy
nada y eso hace de mí un hombre libre. Pero irremediablemente solitario. Porque
del Magallanes, nunca; y del Caracas, menos. Del Cabimas, ¿Tal vez?”
Sin embargo, al
cabo de muy pocos meses, Cabrujas, arrepentido, volvió a dirigirse a Padrón
Panza mediante carta pública también en El Nacional, a fin de confesarle
que, a falta de La Guaira, quiso llenar el vacío afectivo con El Pastora, club
que le “resultó un anti-clímax, algo que un hombre de 58 años no puede
permitirse” y se despedía en su epístola como “un ex tiburonero que no sabe
cómo volver sin parecer oportunista”. Ese artículo apareció el sábado 21 de
octubre, el mismo día en el que, al atardecer, Cabrujas moría de un
infarto en Margarita.
Fue, pues, su
último artículo, en el que dejo constancia de la “renovación de su última
militancia”. Quedo como texto imborrable para uno, feligrés guaireño y
cabrujiano hasta la médula.
El Nacional, miércoles 8 de noviembre de 2017
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