Hagamos una declaración de principios: el debate sobre la libertad de
expresión es un debate sobre la democracia. Existe una relación estrecha entre
democracia y libertad de expresión. Se requiere de una verdadera democracia en
el sentido de que ella implica el desarrollo libre y autónomo de la ciudadanía,
la conformación de espacios públicos de acuerdo con los intereses de los
ciudadanos y la posibilidad real –sin el freno del gobierno en funciones de
Estado– de ejercer los derechos del hombre para el pleno ejercicio de la
libertad de expresión. Esto significa que el derecho a la libertad de expresión
implica la posibilidad de ejercer los demás derechos, porque la información
hoy, dentro de este mundo globalizado y mundializado culturalmente, se ha
convertido en el polo alrededor del cual se organiza gran parte de la vida
pública y por lo tanto de la ciudadanía del presente.
Hasta bien entrada la década de los años ochenta del siglo pasado, el
planteamiento y posterior discusión sobre la democracia en América Latina
estaba estrechamente vinculado con el tema de cómo alcanzamos regímenes
verdaderamente democráticos y cómo llegar a transiciones políticas que nos
permitieran alcanzar la tan ansiada democracia. En estos momentos, la discusión
es otra, ya que hemos pasado, en principio, de formas autoritarias de hacer
política hacia formas democráticas de sustentar el juego político.
El planteamiento anterior es cierto relativamente, pues no significa del
todo que hayamos superado los aspectos autoritarios de hacer y conducir la
política. En el horizonte político de América Latina hemos visto a lo largo de
estos años el avance de un nuevo autoritarismo que de alguna
forma retrasa la prometedora expansión de la democracia en la región. Esto
significa que en la América Latina hoy se aprecian espacios en donde se observa
un creciente divorcio entre el gobierno en funciones de Estado y una parte
sustantiva de la sociedad. En los últimos años la presencia de gobiernos neopopulistas ha
venido dibujando un futuro para la libertad de expresión implosivo. Así lo
demuestra el desarrollo de todo un conjunto de acciones que emergen desde el
vértice del gobierno y que, en el contexto de la Venezuela del presente, se
manifiestan en un complejo y entramado nudo de aconteceres comunicacionales.
¿A qué viene ese planteamiento principista? Lo hemos dicho ya muchas
veces. En Venezuela estamos en presencia de nuevo régimen comunicativo.
La comunicación social –léase mejor información– y los medios por donde ella
circula han ganado en estos diecisiete años un papel estratégico para el poder
instaurado desde 1999. La idea casi exclusiva de la comunicación dentro de una
economía abierta y competitiva empezó a cambiar desde los inicios del régimen
chavista. Pero en el tiempo también empezarían a cambiar las comunicaciones
libres, abiertas y plurales. En la denominada era bolivariana la subordinación
de los medios y sus comunicaciones con respecto a la política, ha venido siendo
una constante impuesta desde la cúspide del poder. Hoy, el debate político para
el mundo oficialista se juega en y desde los
medios, de ahí que el gobierno haya querido imponer lo que denominamos un nuevo
régimen comunicativo.
Para comprender las líneas por las que se mueven las políticas comunicacionales
impuestas por el gobierno, se hace necesario un campo de reflexión que ya ha
sido esbozado por algunos textos a lo largo de estos años.
Debemos mencionar, en primer lugar, Hegemonía y control
comunicacional (Varios autores. Editorial Alfa, UCAB, 2009). Este
primer ensayo-diagnóstico intenta dar luces de lo que fue lainstitucionalización –en
palabras del régimen– de la tan nombrada hegemonía comunicacional, o de ver
cómo la confrontación se fue convirtiendo en medio gubernamental y especialmente
presidencial. En el libro se plantea, como idea central que “… el gobierno
juega al miedo de los venezolanos y de los medios (…) En ese sentido, los
medios se han convertido en piezas claves y cajas de resonancia de la mediación
social y política del presente (…) Y todo ello se suscita a través del análisis
crítico, reflexivo y dialogante con el Estado-comunicador y la hegemonía
comunicacional que se ha propuesto instaurar en el país”.
Vendría después el ensayo de Andrés Cañizález: Hugo Chávez: la
presidencia mediática (Editorial Alfa, 2012). Ya está consolidada la
llamada hegemonía comunicacional. El gobierno, en funciones de Estado, cuenta
con una gran plataforma de unidades comunicacionales desde las cuales emprende
lo que Umberto Eco llamaría el populismo mediático. Se nos dice en
ese texto que “más allá de la consolidación de un aparato mediático estatal sin
precedentes en la historia democrática de Venezuela, el presidente Chávez
gobierna desde una dimensión mediática. Dos espacios son expresión de esta
acción. Por un lado está el uso de las cadenas nacionales de radio y
televisión, y por el otro su programa dominical¡Aló, Presidente! Durante
sus extensas intervenciones mediáticas, el presidente no solo hace anuncios,
sino que toma decisiones de política pública (…) Se trata de un hecho sin
precedentes: el presidente Chávez gobierna desde lo mediático”.
El otro libro que es de obligatoria mención es Saldo en rojo.
Comunicaciones y cultura en la era bolivariana (Varios autores. UCAB,
Fundación Konrad Adenauer, 2013). En este se da cuenta, con lujo de detalles,
de todo ese proceso de creación de un nuevo régimen comunicativo.
Se trata de una publicación que nos ayuda a entender cómo el gobierno de antes
(1999-2013), y el de ahora, conciben al sector de las comunicaciones y la
cultura, donde el control social está presente combinando la represión
jurídica, la represión impositiva, la represión publicitaria, la represión
informativa e incluso estableciendo mecanismos de supresión de libertad de
comunicación. Desde las páginas de Saldo en rojo nos damos
cuenta con gran precisión de aquello que expresara el escritor Alberto Barrera
Tyszka; “Este gobierno puede improvisar en todo menos en las comunicaciones.
Llevamos catorce años viendo cómo se reproduce mil veces un guión”.
El otro texto que hay que referir es el de Paola Bautista de
Alemán que lleva por título A callar que llegó la revolución. La
imposición del monopolio comunicacional en Venezuela (La Hoja del
Norte. 2014). La motivación principal de este libro es el de dar cuenta de los
15 años de la revolución bolivariana en el ámbito de la comunicación social. La
autora define este proyecto político con los rasgos del totalitarismo. En tal
sentido el régimen requiere de una sola voz, no puede haber voces disidentes.
Para ello el gobierno se ha hecho de casi todos los medios y lo que hoy
predomina en el espacio de la opinión pública es la censura y la propaganda.
Y el más reciente: Autoritarismo comunicacional. Dimensiones del
control de quien esto escribe (Libros El Nacional, 2015). Este
libro nos da cuenta del conjunto de relaciones –autoritarias en su mayoría– que
se han venido tejiendo entre el gobierno de Nicolás Maduro y el sector de los
medios de comunicación y sus profesionales. Esas relaciones parten de lo que
dejara instituido el proceso encabezado, desde 1999, por el entonces presidente
Hugo Chávez Frías hasta su desaparición física en marzo de 2013. Autoritarismo
comunicacional hace referencia a un planteamiento del sociólogo
chileno José Joaquín Brunner cuando dice: “Existe una conexión profunda entre
el sistema político prevaleciente en una sociedad determinada y el régimen
comunicativo que aquel en parte condiciona y al cual necesita para subsistir”.
Estas investigaciones apenas esbozadas, convertidas en libro, más allá
de dar cuenta de cómo un gobierno ha visto y está viendo el campo de las
comunicaciones, nos dicen también que el debate sobre la libertad de expresión
y la democracia tiene un objetivo inmediato: la revalorización de la
ciudadanía, la revalorización del espacio público y la revalorización de la
información como bien público que no puede estar sujeta a ningún tipo de
control.
El des-orden
presente y sus políticas alientan acciones y procesos en diversos ámbitos de la
vida que van en una dirección muy distinta a la de considerar la libertad de
expresión y la libertad de comunicar como piezas fundamentales de la
democracia.
MARCELINO BISBAL15 DE ABRIL 2016 - 12:01 AM
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